Madre mía.
¿Límites infranqueables? -le pregunto.
Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
Me muevo incómoda. La palabra «puta» me resuena en la cabeza.
Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte ropa. Quizá necesite que me acompañes a algún acto, y quiero que vayas bien vestida. Estoy seguro de que con tu sueldo, cuando encuentres trabajo, no podrás costearte la ropa que me gustaría que llevaras.
¿No tendré que llevarla cuando no esté contigo?
No.
De acuerdo.
Hazte a la idea de que será como un uniforme.
No quiero hacer ejercicio cuatro veces por semana.
Anastasia, necesito que estés ágil, fuerte y resistente. Confía en mí. Tienes que hacer ejercicio.
Pero seguro que no cuatro veces por semana. ¿Qué te parece tres?
Quiero que sean cuatro.
Creía que esto era una negociación.
Frunce los labios.
De acuerdo, señorita Steele, vuelve a tener razón. ¿Qué te parece una hora tres días por semana, y media hora otro día?
Tres días, tres horas. Me da la impresión de que te ocuparás de que haga ejercicio cuando esté aquí.
Sonríe perversamente y le brillan los ojos, como si se sintiera aliviado.
Sí, lo haré. De acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa? Eres buena negociando.
No, no creo que sea buena idea.
Observo la hoja con sus normas. ¡Depilarme! ¿Depilarme el qué? ¿Todo? ¡Uf!
Pasemos a los límites. Estos son los míos -me dice tendiéndome otra hoja de papel.