ðåôåðàòû êîíñïåêòû êóðñîâûå äèïëîìíûå ëåêöèè øïîðû

Ðåôåðàò Êóðñîâàÿ Êîíñïåêò

APÉNDICE 3

APÉNDICE 3 - ðàçäåë Èíîñòðàííûå ÿçûêè, E. L. James Cincuenta Sombras De Grey Límites Tolerables A Discutir Y Acordar Por Ambas Partes:...

Límites tolerables

A discutir y acordar por ambas partes:

 

¿Acepta la Sumisa lo siguiente?

 

• Masturbación

• Penetración vaginal

• Cunnilingus

• Fisting vaginal

• Felación

• Penetración anal

• Ingestión de semen

• Fisting anal

 

¿Acepta la Sumisa lo siguiente?

 

• Vibradores

• Consoladores

• Tapones anales

• Otros juguetes vaginales/anales

 

¿Acepta la Sumisa lo siguiente?

 

• Bondage con cuerda

• Bondage con cinta adhesiva

• Bondage con muñequeras

• Otros tipos de bondage de cuero

• Bondage con esposas y grilletes

 

¿Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage?

 

• Manos al frente

• Muñecas con tobillos

• Tobillos

• A objetos, muebles, etc.

• Codos

• Barras rígidas

• Manos a la espalda

• Suspensión

• Rodillas

 

¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?

 

¿Acepta la Sumisa que se la amordace?

 

¿Cuánto dolor está dispuesta a experimentar la Sumisa?

 

1 equivale a que le gusta mucho y 5, a que le disgusta mucho:

1 – 2 – 3 – 4 – 5

¿Acepta la Sumisa las siguientes formas de dolor/castigo/disciplina?

• Azotes

• Azotes con pala

• Latigazos

• Azotes con vara

• Mordiscos

• Pinzas para pezones

• Pinzas genitales

• Hielo

• Cera caliente

• Otros tipos/métodos de dolor

 

 

Dios mío. Ni siquiera tengo fuerzas para echar un vistazo a la lista de los alimentos. Trago saliva y tengo la boca seca. Vuelvo a leerlo.

Me da vueltas la cabeza. ¿Cómo voy a aceptar todo esto? Y al parecer es en mi beneficio, para que explore mi sensualidad y mis límites de forma segura… ¡Por favor! Es de risa. Servirlo y obedecerlo en todo. ¡En todo! Muevo la cabeza sin terminar de creérmelo. En realidad, ¿los votos del matrimonio no utilizan palabras como… obediencia? Me desconcierta. ¿Todavían dicen eso las parejas? Solo tres meses… ¿Por eso ha habido tantas? ¿No se las queda mucho tiempo? ¿O ellas tuvieron bastante con tres meses? ¿Todos los fines de semana? Es demasiado. No podré ver a Kate ni a los amigos que pueda hacer en mi nuevo trabajo, suponiendo que encuentre trabajo. Quizá debería reservarme un fin de semana al mes para mí. Quizá cuando tenga la regla… Parece… práctico. ¡Es mi dueño! ¡Tendré que hacer lo que le plazca! Dios mío.

Me estremezco al pensar en que me azote o me pegue. Probablemente los azotes no sean tan graves, aunque sí humillantes. ¿Y atarme? Bueno, ya me ha atado las manos. Fue… bueno, fue excitante, muy excitante, así que quizá tampoco sea tan grave. No me prestará a otro Amo… Maldita sea, por supuesto que no. Sería totalmente inaceptable. ¿Por qué me tomo siquiera la molestia de pensar en todo esto?

No puedo mirarlo a los ojos. ¡Qué raro! Es la única manera de tener alguna posibilidad de saber lo que está pensando. Pero ¿a quién intento engañar? Nunca sé lo que está pensando, pero me gusta mirarle a los ojos. Son bonitos, cautivadores, inteligentes, profundos y oscuros, con secretos de dominación. Pienso en su mirada ardiente, aprieto los muslos y me estremezco.

Y no puedo tocarlo. Bueno, esto no me sorprende. Y esas estúpidas normas… No, no, no puedo. Me cubro la cara con las manos. No es manera de mantener una relación. Necesito dormir un poco. Estoy agotada. Las travesuras físicas que he hecho en las últimas veinticuatro horas han sido francamente agotadoras. Y mentalmente… Oh, es demasiado. Como diría José, una auténtica jodienda mental. Quizá por la mañana no me parezca una broma de mal gusto.

Me levanto y me cambio rápidamente. Quizá debería pedirle prestado a Kate su pijama rosa de franela. Necesito el contacto de algo mimoso y tranquilizador. Voy al baño a lavarme los dientes en camiseta y pantalones cortos de pijama.

Me miro en el espejo del baño. No puedes estar planteándotelo en serio… Mi subconsciente parece cuerda y racional, no mordaz, como suele ser. La diosa que llevo dentro no deja de dar saltitos y palmas como una niña de cinco años. Por favor, di que sí… si no, acabaremos solas con un montón de gatos y tus novelas por única compañía.

El único hombre que me ha atraído, y llega con un maldito contrato, un látigo y un sinfín de puntos y cláusulas. Bueno, al menos he conseguido lo que quería este fin de semana. La diosa que llevo dentro deja de saltar y sonríe con serenidad. ¡Oh, sí…!, articula con los labios asintiendo con aire de suficiencia. Me ruborizo al recordar sus manos y su boca sobre mí, su cuerpo dentro del mío. Cierro los ojos y siento en lo más hondo la exquisita tensión de mis músculos. Quiero hacerlo una y otra vez. Quizá si solo me quedo con el sexo… ¿lo aceptaría? Me temo que no.

¿Soy sumisa? Quizá lo parezco. Quizá le di esa impresión en la entrevista. Soy tímida, sí… pero ¿sumisa? Dejo que Kate me avasalle… ¿Es lo mismo? Y esos límites tolerables… Alucino, aunque me tranquiliza saber que tenemos que discutirlos.

Vuelvo a mi habitación. Es demasiado en lo que pensar. Necesito aclararme, planteármelo por la mañana, cuando esté fresca. Guardo los transgresores documentos en el bolso. Mañana… mañana será otro día. Me meto en la cama, apago la luz y me tumbo mirando al techo. Ojalá no lo hubiera conocido nunca. La diosa que llevo dentro cabecea. Las dos sabemos que es mentira. Nunca me había sentido tan viva.

Cierro los ojos y me sumerjo en un sueño profundo en el que de vez en cuando veo camas de cuatro postes, grilletes e intensos ojos grises.

 

A la mañana siguiente Kate me despierta.

– Ana, llevo llamándote un buen rato. ¿Te has desmayado?

Mis ojos se niegan a abrirse. No solo se ha levantado, sino que ha salido a correr. Echo un vistazo al despertador. Las ocho de la mañana. Vaya, he dormido más de nueve horas.

– ¿Qué pasa? -balbuceo medio dormida.

– Ha llegado un tipo con un paquete para ti. Tienes que firmar.

– ¿Qué?

– Vamos. Es grande. Parece interesante.

Da unos saltitos entusiasmada y vuelve al comedor. Salgo de la cama y cojo la bata, que está colgada en la puerta. En el comedor hay un chico elegante con coleta y una caja grande en las manos.

– Hola -murmuro.

– Te prepararé un té -me dice Kate metiéndose en la cocina.

– ¿La señorita Steele?

E inmediatamente sé quién me manda el paquete.

– Sí -le contesto con recelo.

– Traigo un paquete para usted, pero tengo que instalarlo y enseñarle a utilizarlo.

– ¿En serio? ¿A estas horas?

– Yo cumplo órdenes, señora.

Me dedica una sonrisa encantadora pero expeditiva, como diciendo que no le venga con chorradas.

¿Acaba de llamarme «señora»? ¿He envejecido diez años en una noche? De ser así, es culpa del contrato. Frunzo los labios disgustada.

– De acuerdo, ¿qué es?

– Un MacBook Pro.

– Cómo no -digo poniendo los ojos en blanco.

– Todavía no está en las tiendas, señora. Es lo último de Apple.

¿Por qué no me sorprende? Suspiro ruidosamente.

– Colóquelo ahí, en la mesa del comedor.

Voy a la cocina a reunirme con Kate.

– ¿Qué es? -me pregunta con los ojos brillantes.

Se ha hecho una coleta. También ella ha dormido bien.

– Un portátil de Christian.

– ¿Por qué te manda un portátil? Sabes que puedes utilizar el mío.

No para lo que él tiene en mente.

– Bueno, es solo un préstamo. Quería que lo probara.

Mi excusa parece poco convincente, pero Kate asiente. Vaya… He mentido a Katherine Kavanagh. Una novedad. Me pasa mi taza de té.

El portátil es brillante, plateado y bastante bonito, con una pantalla grandísima. A Christian Grey le gustan las cosas a gran escala… Pienso en donde vive, en su casa.

– Lleva el último OS y todo un paquete de programas, más un disco duro de 1,5 terabytes, así que tendrá mucho espacio, 32 gigas de RAM… ¿Para qué va a utilizarlo?

– Bueno… para mandar e-mails.

– ¡E-mails! -exclama pasmado, alzando las cejas con una ligera mirada demente.

– Y quizá navegar por internet… -añado encogiéndome de hombros, como disculpándome.

Suspira.

– Bueno, tiene rúter inalámbrico N, y lo he instalado con las especificaciones de su cuenta. Este cacharro está preparado para funcionar prácticamente en todo el mundo -me explica mirándolo con cierto deseo.

– ¿Mi cuenta?

– Su nueva dirección de e-mail.

¿Tengo dirección de e-mail?

Pulsa un icono de la pantalla y sigue hablándome, pero yo ni caso. No entiendo una palabra de lo que dice y, para ser sincera, no me interesa. Dime solo cómo encenderlo y apagarlo… Lo demás ya lo descubriré. Al fin y al cabo, llevo cuatro años utilizando el de Kate. Kate silba impresionada en cuanto lo ve.

– Es tecnología de última generación -me dice alzando las cejas-. A la mayoría de las mujeres les regalan flores o alguna joya -me provoca intentando no sonreír.

Le pongo mala cara, pero no puedo aguantar seria. A las dos nos da un ataque de risa, y el tipo del ordenador nos mira perplejo, con la boca abierta. Termina y me pide que firme el albarán de entrega.

Mientras Kate lo acompaña a la puerta, me siento con mi taza de té, abro el programa de correo y descubro que está esperándome un e-mail de Christian. El corazón me da un brinco. Tengo un correo electrónico de Christian Grey. Lo abro, nerviosa.

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 22 de mayo de 2011 23:15

Para: Anastasia Steele

Asunto: Su nuevo ordenador

 

Querida señorita Steele:

Confío en que haya dormido bien. Espero que haga buen uso de este portátil, como comentamos.

Estoy impaciente por cenar con usted el miércoles.

Hasta entonces, estaré encantado de contestar a cualquier pregunta vía e-mail, si lo desea.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

Pulso «Responder».

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:20

Para: Christian Grey

Asunto: Tu nuevo ordenador (en préstamo)

 

He dormido muy bien, gracias… por alguna extraña razón… Señor.

Creí entender que el ordenador era en préstamo, es decir, no es mío.

 

Ana

 

Su respuesta llega casi al momento.

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:22

Para: Anastasia Steele

Asunto: Su nuevo ordenador (en préstamo)

 

El ordenador es en préstamo. Indefinidamente, señorita Steele.

Observo en su tono que ha leído la documentación que le di.

¿Tiene alguna pregunta?

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

No puedo evitar sonreír.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:25

Para: Christian Grey

Asunto: Mentes inquisitivas

 

Tengo muchas preguntas, pero no me parece adecuado hacértelas vía e-mail, y algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida.

No quiero ni necesito un ordenador indefinidamente.

Hasta luego. Que tengas un buen día… Señor.

 

Ana

 

Su respuesta vuelve a ser instantánea y hace que sonría.

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:26

Para: Anastasia Steele

Asunto: Tu nuevo ordenador (de nuevo en préstamo)

 

Hasta luego, nena.

P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

Cierro el ordenador sonriendo como una idiota. ¿Cómo puedo resistirme al juguetón Christian? Voy a llegar tarde al trabajo. Bueno, es mi última semana… Seguramente el señor y la señora Clayton harán un poco la vista gorda. Corro a la ducha sin poder quitarme la sonrisa de oreja a oreja. ¡Me ha escrito e-mails! Me siento como una niña aturdida. Y todas las angustias por el contrato desaparecen. Mientras me lavo el pelo, intento pensar en lo que podría preguntarle por e-mail, aunque seguramente estas cosas es mejor hablarlas. Supongamos que alguien hackea su cuenta… Me ruborizo solo de pensarlo. Me visto rápidamente, me despido a gritos de Kate y salgo para trabajar mi última semana en Clayton’s.

 

José me llama a las once.

– Hola, ¿vamos a tomar un café?

Su tono es el del José de siempre, mi amigo José, no un… ¿cómo lo llamó Christian? Un pretendiente. Uf.

– Claro. Estoy en el trabajo. ¿Puedes pasarte por aquí, digamos, a las doce?

– Vale, nos vemos a las doce.

Cuelga y yo vuelvo a reponer las brochas y a pensar en Christian Grey y su contrato.

José es puntual. Entra en la tienda dando saltitos vacilantes como un cachorro de ojos oscuros.

– Ana.

En cuanto esboza su deslumbrante sonrisa hispanoamericana, se me pasa el enfado.

– Hola, José. -Lo abrazo-. Me muero de hambre. Voy a decirle a la señora Clayton que salgo a comer.

De camino a la cafetería, cojo a José del brazo. Me alegra mucho que actúe con… normalidad, como un amigo al que conozco y al que entiendo.

– Ana -murmura-, ¿de verdad me has perdonado?

– José, sabes que nunca podré estar mucho tiempo enfadada contigo.

Sonríe.

 

Estoy impaciente por llegar a casa para ver si tengo un e-mail de Christian, y quizá pueda empezar mi investigación. Kate ha salido, así que enciendo el nuevo ordenador y abro el programa de correo. Por supuesto, en la bandeja de entrada tengo un e-mail de Christian. Casi salto de la silla de alegría.

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:24

Para: Anastasia Steele

Asunto: Trabajar para ganarse la vida

 

Querida señorita Steele:

Espero que haya tenido un buen día en el trabajo.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Pulso «Responder».

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:48

Para: Christian Grey

Asunto: Trabajar para ganarse la vida

 

Señor… He tenido un día excelente en el trabajo.

Gracias.

 

Ana

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:50

Para: Anastasia Steele

Asunto: ¡A trabajar!

 

Señorita Steele:

Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente.

Mientras escribe e-mails no está investigando.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:53

Para: Christian Grey

Asunto: Pesado

 

Señor Grey: deja de mandarme e-mails y podré empezar a hacer los deberes. Me gustaría sacar otro sobresaliente.

 

Ana

 

Me abrazo a mí misma.

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:55

Para: Anastasia Steele

Asunto: Impaciente

 

Señorita Steele:

Deje de escribirme e-mails… y haga los deberes.

Me gustaría ponerle otro sobresaliente.

El primero fue muy merecido.;)

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

Christian Grey acaba de enviarme un guiño… Madre mía. Abro el Google.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:59

Para: Christian Grey

Asunto: Investigación en internet

 

Señor Grey:

¿Qué me sugieres que ponga en el buscador?

 

Ana

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 18:02

Para: Anastasia Steele

Asunto: Investigación en internet

 

Señorita Steele:

Empiece siempre con la Wikipedia.

No quiero más e-mails a menos que tenga preguntas.

¿Entendido?

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 18:04

Para: Christian Grey

Asunto: ¡Autoritario!

 

Sí… señor.

Eres muy autoritario.

 

Ana

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 18:06

Para: Anastasia Steele

Asunto: Controlando

 

Anastasia, no te imaginas cuánto.

Bueno, quizá ahora te haces una ligera idea.

Haz los deberes.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

Tecleo «sumiso» en la Wikipedia.

Media hora después estoy un poco mareada y francamente impactada. ¿De verdad quiero meterme todo eso en la cabeza? ¿Es esto lo que hace en el cuarto rojo del dolor? Contemplo la pantalla, y una parte de mí, una húmeda parte de mí, de la que no he sido consciente hasta hace muy poco, se ha puesto a cien. Madre mía, algunas cosas son EXCITANTES. Pero ¿son para mí? Dios mío… ¿podría hacerlo? Necesito espacio. Tengo que pensar.

 


Por primera vez en mi vida salgo a correr voluntariamente. Busco mis asquerosas zapatillas, que nunca uso, unos pantalones de chándal y una camiseta. Me hago dos trenzas, me ruborizo con los recuerdos que vuelven a mi mente y enciendo el iPod. No puedo sentarme frente a esa maravilla de la tecnología y seguir viendo o leyendo más material inquietante. Necesito quemar parte de esta excesiva y enervante energía. La verdad es que me apetece correr hasta el hotel Heathman y pedirle al obseso del control que me eche un polvo. Pero está a ocho kilómetros, y dudo que pueda llegar a correr dos, no digamos ya ocho, y por supuesto podría rechazarme, lo que sería muy humillante.

Cuando abro la puerta, Kate está saliendo de su coche. Casi se le caen las bolsas al verme. Ana Steele con zapatillas de deporte. La saludo con la mano y no me paro para que no me pregunte. De verdad necesito estar un rato sola. Con Snow Patrol sonando en mis oídos, me introduzco en el anochecer ópalo y aguamarina.

Cruzo el parque. ¿Qué voy a hacer? Lo deseo, pero ¿en esos términos? La verdad es que no lo sé. Quizá debería negociar lo que quiero. Revisar ese ridículo contrato línea a línea y decir lo que me parece aceptable y lo que no. He descubierto en internet que legalmente no tiene ningún valor. Seguro que él lo sabe. Supongo que solo sirve para sentar las bases de la relación. Detalla lo que puedo esperar de él y lo que él espera de mí: mi sumisión total. ¿Estoy preparada para ofrecérsela? ¿Y estoy capacitada?

Una pregunta me reconcome: ¿por qué es él así? ¿Porque lo sedujeron cuando era muy joven? No lo sé. Sigue siendo todo un misterio.

Me paro junto a un gran abeto, apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me lleno de aire los pulmones. Me siento bien, es catártico. Siento que mi determinación se fortalece. Sí. Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. Tengo que mandarle por e-mail lo que pienso y ya lo discutiremos el miércoles. Respiro hondo, como para limpiarme por dentro, y doy la vuelta hacia casa.

Kate ha ido a comprar ropa, cómo no, para sus vacaciones en Barbados. Sobre todo bikinis y pareos a juego. Estará fantástica con todos esos modelitos, pero aun así se los prueba todos y me obliga a sentarme y a comentarle qué me parecen. No hay muchas maneras de decir: «Estás fantástica, Kate». Aunque está delgada, tiene unas curvas para perder el sentido. No lo hace a propósito, lo sé, pero al final arrastro mi penoso culo cubierto de sudor hasta la habitación con la excusa de ir a empaquetar más cajas. ¿Podría sentirme menos a la altura? Me llevo conmigo la alucianante tecnología inalámbrica, enciendo el portátil y escribo a Christian.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 20:33

Para: Christian Grey

Asunto: Universitaria escandalizada

 

Bien, ya he visto bastante.

Ha sido agradable conocerte.

 

Ana

 

Pulso «Enviar» riéndome de mi travesura. ¿Le va a parecer a él tan divertida? Oh, mierda… seguramente no. Christian Grey no es famoso por su sentido del humor. Aunque sé que lo tiene, porque lo he vivido. Quizá me he pasado. Espero su respuesta.

Espero y espero. Miro el despertador. Han pasado diez minutos.

Para olvidarme de la angustia que se abre camino en mi estómago, me pongo a hacer lo que le he dicho a Kate que haría: empaquetar las cosas de mi habitación. Empiezo metiendo mis libros en una caja. Hacia las nueve sigo sin noticias. Quizá ha salido. Malhumorada, hago un puchero, me pongo los auriculares del iPod, escucho a los Snow Patrol y me siento a mi mesa a releer el contrato y a anotar mis observaciones y comentarios.

No sé por qué levanto la mirada, quizá capto de reojo un ligero movimiento, no lo sé, pero cuando la levanto, Christian está en la puerta de mi habitación mirándome fijamente. Lleva sus pantalones grises de franela y una camisa blanca de lino, y agita suavemente las llaves del coche. Me quito los auriculares y me quedo helada. ¡Joder!

– Buenas noches, Anastasia -me dice en tono frío y expresión cauta e impenetrable.

La capacidad de hablar me abandona. Maldita Kate, lo ha dejado entrar sin avisarme. Por un segundo soy consciente de que yo estoy hecha un asco, toda sudada y sin duchar, y él está guapísimo, con los pantalones un poco caídos, y para colmo, en mi habitación.

– He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona -me explica en tono seco.

Abro la boca y vuelvo a cerrarla, dos veces. Esto sí que es una broma. Por nada del mundo se me había ocurrido que pudiera dejarlo todo para pasarse por aquí.

– ¿Puedo sentarme? -me pregunta, ahora con ojos divertidos.

Gracias, Dios mío… Quizá la broma le ha parecido graciosa.

Asiento. Mi capacidad de hablar sigue sin hacer acto de presencia. Christian Grey está sentado en mi cama…

– Me preguntaba cómo sería tu habitación -me dice.

Miro a mi alrededor pensando por dónde escapar. No, sigue sin haber nada más que la puerta y la ventana. Mi habitación es funcional, pero acogedora: pocos muebles blancos de mimbre y una cama doble blanca, de hierro, con una colcha de patchwork que hizo mi madre cuando estaba en su etapa de labores hogareñas. Es azul cielo y crema.

– Es muy serena y tranquila -murmura.

No en este momento… no contigo aquí.

Al final mi bulbo raquídeo recupera la determinación. Respiro.

– ¿Cómo…?

Me sonríe.

– Todavía estoy en el Heathman.

Eso ya lo sabía.

– ¿Quieres tomar algo?

Tengo que decir que la educación siempre se impone.

– No, gracias, Anastasia.

Esboza una deslumbrante media sonrisa con la cabeza ligeramente ladeada.

Bueno, seguramente sea yo quien necesita una copa.

– Así que ha sido agradable conocerme…

Maldita sea, ¿se ha ofendido? Me miro los dedos. A ver cómo salgo de esta. Si le digo que solo era una broma, no creo que le guste mucho.

– Pensaba que me contestarías por e-mail -le digo en voz muy baja, patética.

– ¿Estás mordiéndote el labio a propósito? -me pregunta muy serio.

Pestañeo, abro la boca y suelto el labio.

– No era consciente de que me lo estaba mordiendo -murmuro.

El corazón me late muy deprisa. Siento la tensión, esa exquisita electricidad estática que invade el espacio. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos grises impenetrables, los codos apoyados en las rodillas y las piernas separadas. Se inclina, me deshace una trenza muy despacio y me separa el pelo con los dedos. Se me corta la respiración y no puedo moverme. Observo hipnotizada su mano moviéndose hacia la otra trenza, tirando de la goma y deshaciendo la trenza con sus largos y hábiles dedos.

– Veo que has decidido hacer un poco de ejercicio -me dice en voz baja y melodiosa, colocándome el pelo detrás de la oreja-. ¿Por qué, Anastasia?

Me rodea la oreja con los dedos y muy suavemente, rítmicamente, tira del lóbulo. Es muy excitante.

– Necesitaba tiempo para pensar -susurro.

Me siento como un ciervo ante los faros de un coche, como una polilla junto a una llama, como un pájaro frente a una serpiente… y él sabe exactamente lo que está haciendo.

– ¿Pensar en qué, Anastasia?

– En ti.

– ¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido bíblico?

Mierda. Me ruborizo.

– No pensaba que fueras un experto en la Biblia.

– Iba a catequesis los domingos, Anastasia. Aprendí mucho.

– No recuerdo haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la catequesis con una traducción moderna.

Sus labios se arquean dibujando una ligera sonrisa y dirijo la mirada a su boca.

– Bueno, he pensado que debía venir a recordarte lo agradable que ha sido conocerme.

Dios mío. Lo miro boquiabierta, y sus dedos se desplazan de mi oreja a mi barbilla.

– ¿Qué le parece, señorita Steele?

Sus ojos brillantes destilan una expresión de desafío. Tiene los labios entreabiertos. Está esperando, alerta para atacar. El deseo -agudo, líquido y provocativo- arde en lo más profundo de mi vientre. Me adelanto y me lanzo hacia él. De repente se mueve, no tengo ni idea de cómo, y en un abrir y cerrar de ojos estoy en la cama, inmovilizada debajo de él, con las manos extendidas y sujetas por encima de la cabeza, con su mano libre agarrándome la cara y su boca buscando la mía.

Me mete la lengua, me reclama y me posee, y yo me deleito en su fuerza. Lo siento por todo mi cuerpo. Me desea, y eso provoca extrañas y exquisitas sensaciones dentro de mí. No a Kate, con sus minúsculos bikinis, ni a una de las quince, ni a la malvada señora Robinson. A mí. Este hermoso hombre me desea a mí. La diosa que llevo dentro brilla tanto que podría iluminar todo Portland. Deja de besarme. Abro los ojos y lo veo mirándome fijamente.

– ¿Confías en mí? -me pregunta.

Asiento con los ojos muy abiertos, con el corazón rebotándome en las costillas y la sangre tronando por todo mi cuerpo.

Estira el brazo y del bolsillo del pantalón saca su corbata de seda gris… la corbata gris que deja pequeñas marcas del tejido en mi piel. Se sienta rápidamente a horcajadas sobre mí y me ata las muñecas, pero esta vez anuda el otro extremo de la corbata a un barrote del cabezal blanco de hierro. Tira del nudo para comprobar que es seguro. No voy a ir a ninguna parte. Estoy atada a mi cama, y muy excitada.

Se levanta y se queda de pie junto a la cama, mirándome con ojos turbios de deseo. Su mirada es de triunfo y a la vez de alivio.

– Mejor así -murmura.

Esboza una maliciosa sonrisa de superioridad. Se inclina y empieza a desatarme una zapatilla. Oh, no… no… los pies no. Acabo de correr.

– No -protesto y doy patadas para que me suelte.

Se detiene.

– Si forcejeas, te ataré también los pies, Anastasia. Si haces el menor ruido, te amordazaré. No abras la boca. Seguramente ahora mismo Katherine está ahí fuera escuchando.

¡Amordazarme! ¡Kate! Me callo.

Me quita las zapatillas y los calcetines, y me baja muy despacio el pantalón de chándal. Oh… ¿qué bragas llevo? Me levanta, retira la colcha y el edredón de debajo de mí y me coloca boca arriba sobre las sábanas.

– Veamos. -Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior-. Estás mordiéndote el labio, Anastasia. Sabes el efecto que tiene sobre mí.

Me presiona la boca con su largo dedo índice a modo de advertencia.

Dios mío. Apenas puedo contenerme, estoy indefensa, tumbada, viendo cómo se mueve tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita sin prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la camisa.

– Creo que has visto demasiado.

Se ríe maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me levanta la camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello y luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.

– Mmm -susurra satisfecho-. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.

Se inclina, me besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el leve chirrido de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En Portland? ¿En Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está hablando con Kate… Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Kate? Oigo un golpe seco. ¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus pasos por la habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está bebiendo? Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que caen al suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.

– ¿Tienes sed, Anastasia? -me pregunta en tono burlón.

– Sí -le digo, porque de repente se me ha quedado la boca seca.

Oigo el tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la boca un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy excitante, aunque está helado, y los labios de Christian también están fríos.

– ¿Más? -me pregunta en un susurro.

Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro trago de sus labios… Madre mía.

– No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.

No puedo evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro de mí.

– ¿Te parece esto agradable? -me pregunta, y noto cierto tono amenazante en su voz.

Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío que provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi vientre. Uau.

– Ahora tienes que quedarte quieta -susurra-. Si te mueves, llenarás la cama de vino, Anastasia.

Mis caderas se flexionan automáticamente.

– Oh, no. Si derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.

Gimo, intento controlarme y lucho desesperadamente contra la necesidad de mover las caderas. Oh, no… por favor.

Me baja con un dedo las copas del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos y vulnerables. Se inclina, besa y tira de mis pezones con los labios fríos, helados. Lucho contra mi cuerpo, que intenta responder arqueándose.

– ¿Te gusta esto? -me pregunta tirándome de un pezón.

Vuelvo a oír el tintineo del hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón derecho, mientras tira a la vez del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no moverme. Una desesperante y dulce tortura.

– Si derramas el vino, no dejaré que te corras.

– Oh… por favor… Christian… señor… por favor.

Está volviéndome loca. Puedo oírlo sonreír.

El hielo de mi pezón está derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y muerta de deseo. Lo quiero dentro de mí. Ahora.

Me desliza muy despacio los dedos helados por el vientre. Como tengo la piel hipersensible, mis caderas se flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, me gotea por la barriga. Christian se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me muerde suavemente, me chupa.

– Querida Anastasia, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?

Jadeo en voz alta. En lo único que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. Nada más es real. Nada más importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los dedos por dentro de mis bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo suspiro.

– Oh, nena -murmura.

Y me introduce dos dedos.

Sofoco un grito.

– Estás lista para mí tan pronto… -me dice.

Mueve sus tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia él alzando las caderas.

– Eres una glotona -me regaña suavemente.

Traza círculos alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego lo presiona.

Jadeo y mi cuerpo da sacudidas bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me retira la camiseta de los ojos para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me hace parpadear. Deseo tocarlo.

– Quiero tocarte -le digo.

– Lo sé -murmura.

Se inclina y me besa sin dejar de mover los dedos rítmicamente dentro de mi cuerpo, trazando círculos y presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge el pelo hacia arriba y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la lengua el movimiento de sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto empujar hacia su mano. La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una y otra vez. Es tan frustrante… Oh, por favor, Christian, grito por dentro.

– Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? -me susurra al oído.

Agotada, gimoteo y tiro de mis brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una tortura erótica.

– Por favor -le suplico.

Al final se apiada de mí.

– ¿Cómo quieres que te folle, Anastasia?

Oh… mi cuerpo empieza a temblar y vuelve a quedarse inmóvil.

– Por favor.

– ¿Qué quieres, Anastasia?

– A ti… ahora -grito.

– Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras -me susurra al oído.

Alarga la mano hacia el paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla entre mis piernas y, muy despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con ojos brillantes. Se pone el condón. Lo miro fascinada, anonadada.

– ¿Te parece esto agradable? -me dice acariciándose.

– Era una broma -gimoteo.

Por favor, fóllame, Christian.

Alza las cejas deslizando la mano arriba y abajo por su impresionante miembro.

– ¿Una broma? -me pregunta en voz amenazadoramente baja.

– Sí. Por favor, Christian -le ruego.

– ¿Y ahora te ríes?

– No -gimoteo.

La tensión sexual está a punto de hacerme estallar. Me mira un momento, evaluando mi deseo, y de pronto me agarra y me da la vuelta. Me pilla por sorpresa, y como tengo las manos atadas, tengo que apoyarme en los codos. Me empuja las rodillas para alzarme el trasero y me da un fuerte azote. Antes de que pueda reaccionar, me penetra. Grito, por el azote y por su repentina embestida, y me corro inmediatamente, me desmorono debajo de él, que sigue embistiéndome exquisitamente. No se detiene. Estoy destrozada. No puedo más… y él empuja una y otra vez… y siento que vuelve a inundarme otra vez… no puede ser… no…

– Vamos, Anastasia, otra vez -ruge entre dientes.

Y por increíble que parezca, mi cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a alcanzar el clímax gritando su nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y Christian se para, se deja ir por fin y se libera en silencio. Cae encima de mí jadeando.

– ¿Te ha gustado? -me pregunta con los dientes apretados.

Madre mía.

Estoy tumbada en la cama, devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando se aparta de mí muy despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha acabado, vuelve a la cama, me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y me froto las muñecas, sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. Me ajusto el sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo miro aturdida y él me devuelve la sonrisa.

– Ha sido realmente agradable -susurro sonriendo tímidamente.

– Ya estamos otra vez con la palabrita.

– ¿No te gusta que lo diga?

– No, no tiene nada que ver conmigo.

– Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.

– ¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi amor propio, señorita Steele?

– No creo que tengas ningún problema de amor propio.

Pero soy consciente de que lo digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente por la cabeza, una idea fugaz, pero se me escapa antes de que pueda atraparla.

– ¿Tú crees? -me pregunta en tono amable.

Está tumbado a mi lado, vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo llevo puesto el sujetador.

– ¿Por qué no te gusta que te toquen?

– Porque no. -Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la frente-. Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.

Sonrío a modo de disculpa y me encojo de hombros.

– Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…

– Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que comentar.

Me sonríe aliviado.

– Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.

– Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.

Coitus interruptus.

– ¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí -le digo sonriendo.

– No es tan divertido, Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías comentarlo.

Se queda en silencio.

– Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?

Alza las cejas.

– Has estado investigando. No lo sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a nadie.

Oh… ¿Debería sorprenderme? Sé tan poco sobre las sesiones… No sé.

– ¿A ti te han puesto un collar? -le pregunto en un susurro.

– Sí.

– ¿La señora Robinson?

– ¡La señora Robinson!

Se ríe a carcajadas, y parece joven y despreocupado, con la cabeza echada hacia atrás. Su risa es contagiosa.

Le sonrío.

– Le diré cómo la llamas. Le encantará.

– ¿Sigues en contacto con ella? -le pregunto sin poder disimular mi temor.

– Sí -me contesta muy serio.

Oh… De pronto una parte de mí se vuelve loca de celos. El sentimiento es tan fuerte que me perturba.

– Ya veo -le digo en tono tenso-. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo.

Frunce el ceño.

– Creo que nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.

¿Qué? ¿Lo dice a propósito para que me enfade?

– ¿Esto es lo que tú llamas una broma?

– No, Anastasia -me contesta perplejo.

– No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias -le contesto bruscamente, tirando de la colcha hasta mi barbilla.

Me observa perdido, sorprendido.

– Anastasia, no… -No sabe qué decir. Una novedad, creo-. No quería ofenderte.

– No estoy ofendida. Estoy consternada.

– ¿Consternada?

– No quiero hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.

– Anastasia Steele, ¿estás celosa?

Me pongo colorada.

– ¿Vas a quedarte?

– Mañana a primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además ya te dije que no duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el sábado fueron una excepción. No volverá a pasar.

Oigo la firme determinación detrás de su dulce voz ronca.

Frunzo los labios.

– Bueno, estoy cansada.

– ¿Estás echándome?

Alza las cejas perplejo y algo afligido.

– Sí.

– Bueno, otra novedad. -Me mira interrogante-. ¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato.

– No -le contesto de mal humor.

– Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también.

– No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.

– Pero soñar es humano, Anastasia. -Se inclina y me agarra de la barbilla-. ¿Hasta el miércoles? -murmura.

Me besa rápidamente en los labios.

– Hasta el miércoles -le contesto-. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.

Me siento, cojo la camiseta y lo empujo para que se levante de la cama. Lo hace de mala gana.

– Pásame los pantalones de chándal, por favor.

Los recoge del suelo y me los tiende.

– Sí, señora.

Intenta ocultar su sonrisa, pero no lo consigue.

Lo miro con mala cara mientras me pongo los pantalones. Tengo el pelo hecho un desastre y sé que después de que se marche voy a tener que enfrentarme a la santa inquisidora Katherine Kavanagh. Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la puerta y la abro para ver si está Kate. No está en el comedor. Creo que la oigo hablando por teléfono en su habitación. Christian me sigue. Durante el breve recorrido entre mi habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis sentimientos fluyen y se transforman. Ya no estoy enfadada con él. De pronto me siento insoportablemente tímida. No quiero que se marche. Por primera vez me gustaría que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no exigiera un acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su cuarto de juegos.

Le abro la puerta y me miro las manos. Es la primera vez que me traigo un chico a mi casa, y creo que ha estado genial. Pero ahora me siento como un recipiente, como un vaso vacío que se llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza. Querías correr al Heathman en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo. Christian se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a mirarlo. Arruga la frente.

– ¿Estás bien? -me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.

– Sí -le contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.

Siento un cambio de paradigma. Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no le interesa o no quiere ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.

– Nos vemos el miércoles -me dice.

Se inclina y me besa con ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia. Sus labios me presionan imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta un lado de la cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera. Se inclina hacia mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero deslizar las manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría. Pega su frente a la mía con los ojos cerrados.

– Anastasia -susurra con voz quebrada-, ¿qué estás haciendo conmigo?

– Lo mismo podría decirte yo -le susurro a mi vez.

Respira hondo, me besa en la frente y se marcha. Avanza con paso decidido hacia el coche pasándose la mano por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la mirada y me lanza una sonrisa arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo una leve sonrisa y vuelvo a pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la puerta de la calle mientras se mete en su coche deportivo. Siento una irresistible necesidad de llorar. Una triste y solitaria melancolía me oprime el corazón. Vuelvo a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella intentando racionalizar mis sentimientos, pero no puedo. Me dejo caer al suelo, me cubro la cara con las manos y empiezan a saltárseme las lágrimas.

Kate llama a la puerta suavemente.

– ¿Ana? -susurra.

Abro la puerta. Me mira y me abraza.

– ¿Qué pasa? ¿Qué te ha hecho ese repulsivo cabrón guaperas?

– Nada que no quisiera que me hiciera, Kate.

Me lleva hasta la cama y nos sentamos.

– Tienes el pelo de haber echado un polvo espantoso.

Aunque estoy desconsolada, me río.

– Ha sido un buen polvo, para nada espantoso.

Kate sonríe.

– Mejor. ¿Por qué lloras? Tú nunca lloras.

Coge el cepillo de la mesita de noche, se sienta a mi lado y empieza a desenredarme los nudos muy despacio.

– ¿No me dijiste que habías quedado con él el miércoles?

– Sí, en eso habíamos quedado.

– ¿Y por qué se ha pasado hoy por aquí?

– Porque le he mandado un e-mail.

– ¿Pidiéndole que se pasara?

– No, diciéndole que no quería volver a verlo.

– ¿Y se presenta aquí? Ana, es genial.

– La verdad es que era una broma.

– Vaya, ahora sí que no entiendo nada.

Me armo de paciencia y le explico de qué iba mi e-mail sin entrar en detalles.

– Pensaste que te respondería por correo.

– Sí.

– Pero lo que ha hecho ha sido presentarse aquí.

– Sí.

– Te habrá dicho que está loco por ti.

Frunzo el ceño. ¿Christian loco por mí? Difícilmente. Solo está buscando un nuevo juguete, un nuevo y adecuado juguete con el que acostarse y al que hacerle cosas indescriptibles. Se me encoge el corazón y me duele. Esa es la verdad.

– Ha venido a follarme, eso es todo.

– ¿Quién dijo que el romanticismo había muerto? -murmura horrorizada.

He dejado impresionada a Kate. No pensaba que eso fuera posible. Me encojo de hombros a modo de disculpa.

– Utiliza el sexo como un arma.

– ¿Te echa un polvo para someterte?

Mueve la cabeza contrariada. Pestañeo y siento que estoy poniéndome colorada. Oh… has dado en el clavo, Katherine Kavanagh, vas a ganar el Pulitzer.

– Ana, no lo entiendo. ¿Y le dejas que te haga el amor?

– No, Kate, no hacemos el amor… follamos… como dice Christian. No le interesa el amor.

– Sabía que había algo raro en él. Tiene problemas con el compromiso.

Asiento, como si estuviera de acuerdo, pero por dentro suspiro. Ay, Kate… Ojalá pudiera contártelo todo sobre este tipo extraño, triste y perverso, y ojalá tú pudieras decirme que lo olvidara, que dejara de ser una idiota.

– Me temo que la situación es bastante abrumadora -murmuro.

Me quedo muy, muy corta.

Como no quiero seguir hablando de Christian, le pregunto por Elliot. Con solo mencionar su nombre, la actitud de Katherine cambia radicalmente. Se le ilumina la cara y me sonríe.

– El sábado vendrá temprano para ayudarnos a cargar.

Estrecha el cepillo con fuerza contra su pecho -vaya, le ha pillado fuerte-, y siento una vaga y familiar punzada de envidia. Kate ha encontrado a un hombre normal y parece muy feliz.

Me giro hacia ella y la abrazo.

– Ah, casi me olvido. Tu padre ha llamado cuando estabas… bueno, ocupada. Parece que Bob ha tenido un pequeño accidente, así que tu madre y él no podrán venir a la entrega de títulos. Pero tu padre estará aquí el jueves. Quiere que lo llames.

– Vaya… Mi madre no me ha llamado para decírmelo. ¿Está bien Bob?

– Sí. Llámala mañana. Ahora es tarde.

– Gracias, Kate. Ya estoy bien. Mañana llamaré también a Ray. Creo que me voy a acostar.

Sonríe, pero arruga los ojos preocupada.

Cuando ya se ha marchado, me siento, vuelvo a leer el contrato y voy tomando notas. Una vez que he terminado, enciendo el ordenador dispuesta a responderle.

En mi bandeja de entrada hay un e-mail de Christian.

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 23:16

Para: Anastasia Steele

Asunto: Esta noche

 

Señorita Steele:

Espero impaciente sus notas sobre el contrato.

Entretanto, que duermas bien, nena.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 24 de mayo de 2011 00:02

Para: Christian Grey

Asunto: Objeciones

 

Querido señor Grey:

Aquí está mi lista de objeciones. Espero que el miércoles las discutamos con calma en nuestra cena.

Los números remiten a las cláusulas:

2: No tengo nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que explore mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no necesitaría un contrato de diez páginas. Seguramente es para TU beneficio.

4: Como sabes, solo he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han hecho una transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?

8: Puedo dejarlo en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites acordados. De acuerdo, eso me parece muy bien.

9: ¿Obedecerte en todo? ¿Aceptar tu disciplina sin dudar? Tenemos que hablarlo.

11: Periodo de prueba de un mes, no de tres.

12: No puedo comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida propia, y seguiré teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?

15.2: Utilizar mi cuerpo de la manera que consideres oportuna, en el sexo o en cualquier otro ámbito… Por favor, define «en cualquier otro ámbito».

15.5: Toda la cláusula sobre la disciplina en general. No estoy segura de que quiera ser azotada, zurrada o castigada físicamente. Estoy segura de que esto infringe las cláusulas 2-5. Y además eso de «por cualquier otra razón» es sencillamente mezquino… y me dijiste que no eras un sádico.

15.10: Como si prestarme a alguien pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo dejes tan claro.

15.14: Sobre las normas comento más adelante.

15.19: ¿Qué problema hay en que me toque sin tu permiso? En cualquier caso, sabes que no lo hago.

15.21: Disciplina: véase arriba cláusula 15.5.

15.22: ¿No puedo mirarte a los ojos? ¿Por qué?

15.24: ¿Por qué no puedo tocarte?

Normas:

Dormir: aceptaré seis horas.

Comida: no voy a comer lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos se elimina, o rompo el contrato.

Ropa: de acuerdo, siempre y cuando solo tenga que llevar tu ropa cuando esté contigo.

Ejercicio: habíamos quedado en tres horas, pero sigue poniendo cuatro.

Límites tolerables:

¿Tenemos que pasar por todo esto? No quiero fisting de ningún tipo. ¿Qué es la suspensión? Pinzas genitales… debes de estar de broma.

¿Podrías decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo trabajo hasta las cinco de la tarde.

Buenas noches.

 

Ana

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 24 de mayo de 2011 00:07

Para: Anastasia Steele

Asunto: Objeciones

 

Señorita Steele:

Es una lista muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

 

De: Anastasia Steele

Fecha: 24 de mayo de 2011 00:10

Para: Christian Grey

Asunto: Quemándome las cejas

 

Señor:

Si no recuerdo mal, estaba con esta lista cuando un obseso del control me interrumpió y me llevó a la cama.

Buenas noches.

 

Ana

 

 

De: Christian Grey

Fecha: 24 de mayo de 2011 00:12

Para: Anastasia Steele

Asunto: Deja de quemarte las cejas

 

ANASTASIA, VETE A LA CAMA.

 

Christian Grey

Obseso del control y presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

 

Vaya… en mayúsculas, como si me gritara. Apago el ordenador. ¿Cómo puede intimidarme estando a ocho kilómetros? Todavía triste, me meto en la cama e inmediatamente caigo en un sueño profundo, aunque intranquilo.

 


Al día siguiente, al volver a casa del trabajo, llamo a mi madre. Como en Clayton’s el día ha sido relativamente tranquilo, he tenido mucho tiempo para pensar. Estoy inquieta, nerviosa, porque mañana tengo que enfrentarme con el obseso del control, y en el fondo estoy preocupada porque quizá he sido demasiado negativa en mi respuesta al contrato. Quizá él decida cancelarlo.

Mi madre está muy triste, siente mucho no poder venir a la entrega de títulos. Bob se ha torcido un ligamento y cojea. La verdad es que es muy torpe, como yo. Se recuperará sin problemas, pero tiene que hacer reposo, y mi madre tiene que atenderlo todo el tiempo.

– Ana, cariño, lo siento muchísimo -se lamenta mi madre al teléfono.

– No pasa nada, mamá. Ray estará aquí.

– Ana, pareces distraída… ¿Estás bien, mi niña?

– Sí, m

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E. L. James Cincuenta Sombras De Grey

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Âñå òåìû äàííîãî ðàçäåëà:

Agradecimientos
Quiero agradecer a las siguientes personas su ayuda y su apoyo: A mi marido, Niall, gracias por aguantar mi obsesión, por ser un dios doméstico y por hacer la primera revisi&

El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
  Madre mía. – ¿Límites infranqueables? -le pregunto. – Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos q

LÍMITES INFRANQUEABLES
Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con instrumental médico ginecol&oacut

TÉRMINOS FUNDAMENTALES
2. El propósito fundamental de este contrato es permitir que la Sumisa explore su sensualidad y sus límites de forma segura, con el debido respeto y miramiento por sus necesidades, su

FUNCIONES
7. El Amo será responsable del bienestar y del entrenamiento, la orientación y la disciplina de la Sumisa. Decidirá el tipo de entrenamiento, la orientación y la discipl

INICIO Y VIGENCIA
10. El Amo y la Sumisa firman este contrato en la fecha de inicio, conscientes de su naturaleza y comprometiéndose a acatar sus condiciones sin excepción. 11. Este contrato s

DISPONIBILIDAD
12. La Sumisa estará disponible para el Amo desde el viernes por la noche hasta el domingo por la tarde, todas las semanas durante la vigencia del contrato, a horas a especificar por el Amo

PRESTACIÓN DE SERVICIOS
15. Las dos partes han discutido y acordado las siguientes prestaciones de servicios, y ambas deberán cumplirlas durante la vigencia del contrato. Ambas partes aceptan que pueden surgir cues

PALABRAS DE SEGURIDAD
18. El Amo y la Sumisa admiten que el Amo puede solicitar a la Sumisa acciones que no puedan llevarse a cabo sin incurrir en daños físicos, mentales, emocionales, espirituales o de ot

APÉNDICE 2
Límites infranqueables Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con i

APÉNDICE 3
Límites tolerables A discutir y acordar por ambas partes:   ¿Acepta la Sumisa lo siguiente?   • Masturbación • P

El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
  – ¿Así que lo de la obediencia sigue en pie? – Oh, sí. Sonríe. Muevo la cabeza divertida y, sin darme cuenta, pongo los ojos e

E. L. James
E. L. James ha desempeñado varios cargos ejecu

Õîòèòå ïîëó÷àòü íà ýëåêòðîííóþ ïî÷òó ñàìûå ñâåæèå íîâîñòè?
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  • Îáëàêî òåãîâ
  • Çäåñü
  • Âðåìåííî
  • Ïóñòî
Òåãè