ðåôåðàòû êîíñïåêòû êóðñîâûå äèïëîìíûå ëåêöèè øïîðû

Ðåôåðàò Êóðñîâàÿ Êîíñïåêò

LÍMITES INFRANQUEABLES

LÍMITES INFRANQUEABLES - ðàçäåë Èíîñòðàííûå ÿçûêè, E. L. James Cincuenta Sombras De Grey Actos Con Fuego. Actos Con Orina, Defecación Y Excrementos....

Actos con fuego.

Actos con orina, defecación y excrementos.

Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre.

Actos con instrumental médico ginecológico.

Actos con niños y animales.

Actos que dejen marcas permanentes en la piel.

Actos relativos al control de la respiración.

Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo.

 

Uf. ¡Tiene que escribirlos! Por supuesto… todos estos límites parecen sensatos y necesarios, la verdad… Seguramente cualquier persona en su sano juicio no querría meterse en este tipo de cosas. Pero se me ha revuelto el estómago.

– ¿Quieres añadir algo? -me pregunta amablemente.

Mierda. No tengo ni idea. Estoy totalmente perpleja. Me mira y arruga la frente.

– ¿Hay algo que no quieras hacer?

– No lo sé.

– ¿Qué es eso de que no lo sabes?

Me remuevo incómoda y me muerdo el labio.

– Nunca he hecho cosas así.

– Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?

Por primera vez en lo que parecen siglos, me ruborizo.

– Puedes decírmelo, Anastasia. Si no somos sinceros, no va a funcionar.

Vuelvo a removerme incómoda y me contemplo los dedos nudosos.

– Dímelo -me pide.

– Bueno… Nunca me he acostado con nadie, así que no lo sé -le digo en voz baja.

Levanto los ojos hacia él, que me mira boquiabierto, paralizado y pálido, muy pálido.

– ¿Nunca? -susurra.

Asiento.

– ¿Eres virgen?

Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme. Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez. Cuando los abre, me mira enfadado.

– ¿Por qué cojones no me lo habías dicho? -gruñe.

 


Christian recorre su estudio de un lado a otro pasándose las manos por el pelo. Las dos manos… lo que quiere decir que está doblemente enfadado. Su férreo control habitual parece haberse resquebrajado.

– No entiendo por qué no me lo has dicho -me riñe.

– No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además… apenas nos conocemos.

Me contemplo las manos. ¿Por qué me siento culpable? ¿Por qué está tan rabioso? Lo miro.

– Bueno, ahora sabes mucho más de mí -me dice bruscamente. Y aprieta los labios-. Sabía que no tenías mucha experiencia, pero… ¡virgen! -Lo dice como si fuera un insulto-. Mierda, Ana, acabo de mostrarte… -se queja-. Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?

– Pues claro -le contesto intentando parecer ofendida.

Vale… quizá un par de veces.

– ¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.

Vuelve a pasarse la mano por el pelo.

Guapa. Me ruborizo de alegría. Christian Grey me considera guapa. Entrelazo los dedos y los miro fijamente intentando disimular mi estúpida sonrisa. Quizá es miope. Mi adormecida subconsciente asoma la cabeza. ¿Dónde estaba cuando la necesitaba?

– ¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? -Junta las cejas-. ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.

Me encojo de hombros.

– Nadie me ha… en fin…

Nadie me ha hecho sentir así, solo tú. Y resulta que tú eres una especie de monstruo.

– ¿Por qué estás tan enfadado conmigo? -le susurro.

– No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado… -Suspira, me mira detenidamente y mueve la cabeza-. ¿Quieres marcharte? -me pregunta en tono dulce.

– No, a menos que tú quieras que me marche -murmuro.

No, por favor… No quiero marcharme.

– Claro que no. Me gusta tenerte aquí -me dice frunciendo el ceño, y echa un vistazo al reloj-. Es tarde. -Y vuelve a levantar los ojos hacia mí-. Estás mordiéndote el labio -me dice con voz ronca y mirándome pensativo.

– Perdona.

– No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… fuerte.

Me quedo boquiabierta… ¿Cómo puede decirme esas cosas y pretender que no me afecten?

– Ven -murmura.

– ¿Qué?

– Vamos a arreglar la situación ahora mismo.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?

– Tu situación, Ana. Voy a hacerte el amor, ahora.

– Oh.

Siento que el suelo se mueve. Soy una situación. Contengo la respiración.

– Si quieres, claro. No quiero tentar a la suerte.

– Creía que no hacías el amor. Creía que tú solo follabas duro.

Trago saliva. De pronto se me ha secado la boca.

Me lanza una sonrisa perversa que me recorre el cuerpo hasta llegar a…

– Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un medio para llegar a un fin, pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también -me dice con mirada intensa.

Me ruborizo… Madre mía… Mis deseos se hacen realidad.

– Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas -le digo con voz entrecortada e insegura.

– Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado desde que te caíste en mi despacho, y sé que tú también me deseas. No estarías aquí charlando tranquilamente sobre castigos y límites infranqueables si no me desearas. Ana, por favor, quédate conmigo esta noche.

Me tiende la mano con ojos brillantes, ardientes… excitados, y la cojo. Tira de mí hasta rodearme entre sus brazos. El movimiento me pilla por sorpresa y de pronto siento todo su cuerpo pegado al mío. Me recorre la nuca con los dedos, enrolla mi coleta entorno a la muñeca y tira suavemente para obligarme a levantar la cara. Está mirándome.

– Eres una chica muy valiente -me susurra-. Me tienes fascinado.

Sus palabras son como un artilugio incendiario. Me arde la sangre. Se inclina, me besa suavemente y me chupa el labio inferior.

– Quiero morder este labio -murmura sin despegarse de mi boca.

Y tira de él con los dientes cuidadosamente. Gimo y sonríe.

– Por favor, Ana, déjame hacerte el amor.

– Sí -susurro.

Para eso estoy aquí. Veo su sonrisa triunfante cuando me suelta, me coge de la mano y me conduce a través de la casa.

Su dormitorio es grande. Desde los ventanales se ven los iluminados rascacielos de Seattle. Las paredes son blancas, y los accesorios, azul claro. La enorme cama es ultramoderna, de madera maciza de color gris, con cuatro postes pero sin dosel. En la pared de la cabecera hay un impresionante paisaje marino.

Estoy temblando como una hoja. Ya está. Por fin, después de tanto tiempo, voy a hacerlo, y nada menos que con Christian Grey. Respiro entrecortadamente y no puedo apartar los ojos de él. Se quita el reloj y lo deja encima de una cómoda a juego con la cama. Luego se quita la americana y la deja en una silla. Lleva la camisa blanca de lino y unos vaqueros. Es guapo hasta perder el sentido. Su pelo cobrizo está alborotado y le cuelga la camisa… Sus ojos grises son audaces y brillantes. Se quita las Converse y se inclina para quitarse también los calcetines. Los pies de Christian Grey… Uau… ¿Qué tendrán los pies descalzos? Se gira y me mira con expresión dulce.

– Supongo que no tomas la píldora.

¿Qué? Mierda.

– Me temo que no.

Abre el primer cajón y saca una caja de condones. Me mira fijamente.

– Tienes que estar preparada -murmura-. ¿Quieres que cierre las persianas?

– No me importa -susurro-. Creía que no permitías a nadie dormir en tu cama.

– ¿Quién ha dicho que vamos a dormir? -murmura.

– Oh.

Madre mía.

Se acerca a mí despacio. Está muy seguro de sí mismo, muy sexy, y le brillan los ojos. El corazón se me dispara y la sangre me bombea por todo el cuerpo. El deseo, un deseo caliente e intenso, me invade el vientre. Se detiene frente a mí y me mira a los ojos. Oh, es tan sexy…

– Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece -me dice en voz baja.

Agarra las solapas y muy suavemente me desliza la chaqueta por los hombros y la deja en la silla.

– ¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, Ana Steele? -me susurra.

Se me corta la respiración. No puedo apartar mis ojos de los suyos. Alza una mano y me pasa suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.

– ¿Tienes idea de lo que voy a hacerte? -añade acariciándome la barbilla.

Los músculos de mi parte más profunda y oscura se tensan con infinito placer. El dolor es tan dulce y tan agudo que quiero cerrar los ojos, pero los suyos, que me miran ardientes, me hipnotizan. Se inclina y me besa. Sus labios exigentes, firmes y lentos se acoplan a los míos. Empieza a desabrocharme la blusa besándome ligeramente la mandíbula, la barbilla y las comisuras de la boca. Me la quita muy despacio y la deja caer al suelo. Se aparta un poco y me observa. Por suerte, llevo el sujetador azul cielo de encaje, que me queda estupendo.

– Ana… -me dice-. Tienes una piel preciosa, blanca y perfecta. Quiero besártela centímetro a centímetro.

Me ruborizo. Madre mía… ¿Por qué me dijo que no podía hacer el amor? Haré lo que me pida. Me agarra de la coleta, la deshace y jadea cuando la melena me cae en cascada sobre los hombros.

– Me gustan las morenas -murmura.

Mete las dos manos entre mis cabellos y me sujeta la cabeza. Su beso es exigente, su lengua y sus labios, persuasivos. Gimo y mi lengua indecisa se encuentra con la suya. Me rodea con sus brazos, me acerca su cuerpo y me aprieta muy fuerte. Una mano sigue en mi pelo, y la otra me recorre la columna hasta la cintura y sigue avanzando, sigue la curva de mi trasero y me empuja suavemente contra sus caderas. Siento su erección, que empuja lánguidamente contra mi cuerpo.

Vuelvo a gemir sin apartar los labios de su boca. Apenas puedo resistir las desenfrenadas sensaciones -¿o son hormonas?- que me devastan el cuerpo. Lo deseo con locura. Lo cojo por los brazos y siento sus bíceps. Es sorprendentemente fuerte… musculoso. Con gesto indeciso, subo las manos hasta su cara y su pelo alborotado, que es muy suave. Tiro suavemente de él, y Christian gime. Me conduce despacio hacia la cama, hasta que la siento detrás de las rodillas. Creo que va a empujarme, pero no lo hace. Me suelta y de pronto se arrodilla. Me sujeta las caderas con las dos manos y desliza la lengua por mi ombligo, avanza hasta la cadera mordisqueándome y después me recorre la barriga en dirección a la otra cadera.

– Ah -gimo.

No esperaba verlo de rodillas frente a mí y sentir su lengua recorriendo mi cuerpo. Es excitante. Apoyo las manos en su pelo y tiro suavemente intentando calmar mi acelerada respiración. Levanta la cara y sus ardientes ojos grises me miran a través de las pestañas, increíblemente largas. Sube las manos, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja lentamente la cremallera. Sin apartar sus ojos de los míos, introduce muy despacio las manos en mi pantalón, las pega a mi cuerpo, las desliza hasta el trasero y avanza hasta los muslos arrastrando con ellas los vaqueros. No puedo dejar de mirarlo. Se detiene y, sin apartar los ojos de mí ni un segundo, se lame los labios. Se inclina hacia delante y pasa la nariz por el vértice en el que se unen mis muslos. Lo siento junto a mi sexo.

– Hueles muy bien -murmura.

Cierra los ojos, con expresión de puro placer, y siento como una sacudida. Extiende un brazo, tira del edredón, me empuja suavemente y caigo sobre la cama.

Todavía de rodillas, me coge un pie, me desabrocha la Converse y me la quita, junto con el calcetín. Me apoyo en los codos y me incorporo para ver lo que hace. Jadeo, muerta de deseo. Me agarra el pie por el talón y me recorre el empeine con la uña del pulgar. Es casi doloroso, pero siento que el recorrido se proyecta sobre mi ingle. Gimo. Sin apartar los ojos de mí, vuelve a recorrerme el empeine, esta vez con la lengua, y después con los dientes. Mierda. ¿Cómo puedo sentirlo entre las piernas? Caigo sobre la cama gimiendo. Oigo su risa ahogada.

– Ana, no te imaginas lo que podría hacer contigo -me susurra.

Me quita la otra zapatilla y el calcetín, y después se levanta y me quita los vaqueros. Estoy tumbada en su cama, en bragas y sujetador, y él me mira detenidamente.

– Eres muy hermosa, Anastasia Steele. Me muero por estar dentro de ti.

¡Vaya manera de hablar! Es todo un seductor. Me corta la respiración.

– Muéstrame cómo te das placer.

¿Qué? Frunzo el ceño.

– No seas tímida, Ana. Muéstramelo -me susurra.

Muevo la cabeza.

– No entiendo lo que quieres decir -le contesto con voz ronca, tan empapada de deseo que apenas la reconozco.

– ¿Cómo te corres sola? Quiero verlo.

Muevo la cabeza.

– No me corro sola -murmuro.

Alza las cejas, atónito por un momento, sus ojos se vuelven impenetrables y niega con la cabeza como si no pudiera creérselo.

– Bueno, veremos qué podemos hacer -me dice en voz baja, desafiante, en un tono de amenaza exquisitamente sensual.

Se desabrocha los botones de los vaqueros y se los quita despacio sin apartar los ojos de los míos. Se inclina sobre mí, me agarra de los tobillos, me separa rápidamente las piernas y avanza por la cama entre ellas. Se queda suspendido encima de mí. Me retuerzo de deseo.

– No te muevas -murmura.

Se inclina, me besa la parte interior de un muslo y va subiendo, sin dejar de besarme, hasta mis bragas de encaje.

Ay… No puedo quedarme quieta. ¿Cómo no voy a moverme? Me retuerzo debajo de él.

– Vamos a tener que trabajar para que aprendas a quedarte quieta, nena.

Sigue besándome la barriga y me introduce la lengua en el ombligo. Sus labios ascienden hacia el torso. Me arde la piel. Estoy sofocada. Por un momento siento mucho calor, luego frío, y araño la sábana sobre la que estoy tumbada. Christian se tumba a mi lado y me recorre con la mano desde la cadera hasta el pecho, pasando por la cintura. Me observa con expresión impenetrable y me rodea suavemente los pechos con las manos.

– Encajan perfectamente en mi mano, Anastasia -murmura.

Mete el dedo índice por la copa de mi sujetador, la baja muy despacio y deja mi pecho al aire, empujado hacia arriba por la varilla y la tela. Desplaza el dedo a mi otro seno y repite el proceso. Los pechos se me hinchan y los pezones se me endurecen bajo su insistente mirada. El sujetador mantiene alzados mis senos.

– Muy bonitos -suspira admirado.

Y los pezones se me endurecen todavía más.

Me chupa suavemente un pezón, desliza una mano al otro pecho, y con el pulgar rodea muy despacio el otro pezón y tira de él. Gimo y siento que una dulce sensación me desciende hasta la ingle. Estoy muy húmeda. Oh, por favor, suplico para mis adentros agarrando con fuerza la sábana. Cierra los labios alrededor de mi otro pezón, y cuando lo lame, casi siento una convulsión.

– Vamos a ver si conseguimos que te corras así -me susurra.

Y sigue con su lenta y sensual incursión. Mis pezones sienten sus hábiles dedos y sus labios, que encienden mis terminaciones nerviosas hasta el punto de que todo mi cuerpo gime en una dulce agonía, pero él no se detiene.

– Oh… por favor -le suplico.

Tiro la cabeza hacia atrás, con la boca abierta, y gimo. Siento las piernas entumecidas. Maldita sea, ¿qué está pasándome?

– Déjate ir, nena -murmura.

Me aprieta un pezón con los dientes, con el pulgar y el índice tira fuerte del otro, y me dejo caer en sus manos. Mi cuerpo se agita y estalla en mil pedazos. Me besa profundamente, metiéndome la lengua en la boca para absorber mis gritos.

¡Dios mío! Ha sido fantástico. Ahora ya sé a qué viene tanto asombro ante mi reacción. Me mira con una sonrisa satisfecha, aunque estoy segura de que no es más que gratitud y admiración por mí.

– Eres muy receptiva -me dice-. Tendrás que aprender a controlarlo, y será muy divertido enseñarte.

Vuelve a besarme.

Mi respiración es todavía irregular mientras me recupero del orgasmo. Desliza una mano hasta mi cintura, mis caderas, y la posa en mis partes íntimas… Ay. Introduce un dedo por el encaje y lentamente empieza a trazar círculos alrededor de mi sexo. Cierra los ojos por un instante y contiene la respiración.

– Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo.

Introduce un dedo dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y vuelve a meterlo. Me frota el clítoris con la palma de la mano, y grito de nuevo. Sigue introduciéndome el dedo, cada vez con más fuerza. Gimo.

De repente se sienta, me quita las bragas y las tira al suelo. Se quita también él los calzoncillos y libera su erección. ¡Madre mía! Alarga el brazo hasta la mesita de noche, coge un paquetito plateado y se mueve entre mis piernas para que las abra. Se arrodilla y desliza un condón por su largo miembro. Oh, no… ¿Cómo va a entrar?

– No te preocupes -me susurra mirándome a los ojos-. Tú también te dilatas.

Se inclina apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza, de modo que queda suspendido por encima de mí. Me mira a los ojos con la mandíbula apretada y los ojos ardientes. En este momento me doy cuenta de que todavía lleva puesta la camisa.

– ¿De verdad quieres hacerlo? -me pregunta en voz baja.

– Por favor -le suplico.

– Levanta las rodillas -me ordena en tono suave.

Obedezco de inmediato.

– Ahora voy a follarla, señorita Steele -murmura colocando la punta de su miembro erecto delante de mi sexo-. Duro -susurra.

Y me penetra bruscamente.

– ¡Aaay! -grito.

Al desgarrar mi virginidad, siento una extraña sensación en lo más profundo de mí, como un pellizco. Se queda inmóvil y me observa con ojos en los que brilla el triunfo.

Tiene la boca ligeramente abierta y le cuesta respirar. Gime.

– Estás muy cerrada. ¿Estás bien?

Asiento con los ojos en blanco y agarrándome a sus brazos. Me siento llena por dentro. Sigue inmóvil para que me aclimate a la invasiva y abrumadora sensación de tenerlo dentro de mí.

– Voy a moverme, nena -me susurra un momento después en tono firme.

Oh.

Retrocede con exquisita lentitud. Cierra los ojos, gime y vuelve a penetrarme. Grito por segunda vez, y se detiene.

– ¿Más? -me susurra con voz salvaje.

– Sí -le contesto.

Vuelve a penetrarme y a detenerse.

Gimo. Mi cuerpo lo acepta… Oh, quiero que siga.

– ¿Otra vez? -me pregunta.

– Sí -le contesto en tono de súplica.

Y se mueve, pero esta vez no se detiene. Se apoya en los codos, de modo que siento su peso sobre mí, aprisionándome. Al principio se mueve despacio, entra y sale de mi cuerpo. Y a medida que voy acostumbrándome a la extraña sensación, empiezo a mover las caderas hacia las suyas. Acelera. Gimo y me embiste con fuerza, cada vez más deprisa, sin piedad, a un ritmo implacable, y yo mantengo el ritmo de sus embestidas. Me agarra la cabeza con las manos, me besa bruscamente y vuelve a tirar de mi labio inferior con los dientes. Se retira un poco y siento que algo crece en lo más profundo de mí, como antes. Voy poniéndome tensa a medida que me penetra una y otra vez. Me tiembla el cuerpo, me arqueo. Estoy bañada en sudor. No sabía que sería así… No sabía que la sensación podía ser tan agradable. Mis pensamientos se dispersan… No hay más que sensaciones… Solo él… Solo yo… Ay, por favor… Mi cuerpo se pone rígido.

– Córrete para mí, Ana -susurra sin aliento.

Y me dejo ir en cuanto lo dice, llego al clímax y estallo en mil pedazos bajo su cuerpo. Y mientras se corre también él, grita mi nombre, da una última embestida se queda inmóvil, como si se vaciara dentro de mí.

Todavía jadeo, intento ralentizar la respiración y los latidos del corazón, y mis pensamientos se sumen en el caos. Uau… ha sido algo increíble. Abro los ojos. Christian ha apoyado su frente en la mía. Tiene los ojos cerrados y su respiración es irregular. Parpadea, abre los ojos y me lanza una mirada turbia, aunque dulce. Sigue dentro de mí. Se inclina, me besa suavemente en la frente y, muy despacio, empieza a salir de mi cuerpo.

– Oooh.

Es una sensación extraña, que me hace estremecer.

– ¿Te he hecho daño? -me pregunta Christian mientras se tumba a mi lado apoyándose en un codo.

Me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Y no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.

– ¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?

– No me vengas con ironías -me dice con una sonrisa burlona-. En serio, ¿estás bien?

Sus ojos son intensos, perspicaces, incluso exigentes.

Me tiendo a su lado sintiendo los miembros desmadejados, con los huesos como de goma, pero estoy relajada, muy relajada. Le sonrío. No puedo dejar de sonreír. Ahora entiendo a qué viene tanto alboroto. Dos orgasmos… todo tu ser completamente descontrolado, como cuando una lavadora centrifuga. Uau. No tenía ni idea de lo que mi cuerpo era capaz, de que podía tensarse tanto y liberarse de forma tan violenta, tan gratificante. El placer ha sido indescriptible.

– Estás mordiéndote el labio, y no me has contestado.

Frunce el ceño. Le sonrío con gesto travieso. Está imponente con su pelo alborotado, sus ardientes ojos grises entrecerrados y su expresión seria e impenetrable.

– Me gustaría volver a hacerlo -susurro.

Por un momento creo ver una fugaz expresión de alivio en su cara. Luego cambia rápidamente de expresión y me mira con ojos velados.

– ¿Ahora mismo, señorita Steele? -musita en tono frío. Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la comisura de la boca-. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.

Parpadeo varias veces, pero al final me doy la vuelta. Me desabrocha el sujetador y me desliza la mano desde la espalda hasta el trasero.

– Tienes una piel realmente preciosa -murmura.

Mete una pierna entre las mías y se queda medio tumbado sobre mi espalda. Siento la presión de los botones de su camisa mientras me retira el pelo de la cara y me besa en el hombro.

– ¿Por qué no te has quitado la camisa? -le pregunto.

Se queda inmóvil. Acto seguido se quita la camisa y vuelve a tumbarse encima de mí. Siento su cálida piel sobre la mía. Mmm… Es una maravilla. Tiene el pecho cubierto de una ligera capa de pelo, que me hace cosquillas en la espalda.

– Así que quieres que vuelva a follarte… -me susurra al oído.

Y empieza a besarme muy suavemente alrededor de la oreja y en el cuello. Me levanta las rodillas y se me corta la respiración… ¿Qué está haciendo ahora? Se mete entre mis piernas, se pega a mi espalda y me pasa la mano por el muslo hasta el trasero. Me acaricia despacio las nalgas y después desliza los dedos entre mis piernas.

– Voy a follarte desde atrás, Anastasia -murmura.

Con la otra mano me agarra del pelo a la altura de la nuca y tira ligeramente para colocarme. No puedo mover la cabeza. Estoy inmovilizada debajo de él, indefensa.

– Eres mía -susurra-. Solo mía. No lo olvides.

Su voz es embriagadora, y sus palabras, seductoras. Noto cómo crece su erección contra mi muslo.

Desliza los dedos y me acaricia suavemente el clítoris, trazando círculos muy despacio. Siento su respiración en la cara mientras me pellizca lentamente la mandíbula.

– Hueles de maravilla.

Me acaricia detrás de la oreja con la nariz. Frota las manos contra mi cuerpo una y otra vez. En un instinto reflejo, empiezo a trazar círculos con las caderas, al compás de su mano, y un placer enloquecedor me recorre las venas como si fuera adrenalina.

– No te muevas -me ordena en voz baja, aunque imperiosa.

Y lentamente me introduce el pulgar y lo gira acariciando las paredes de mi vagina. El efecto es alucinante. Toda mi energía se concentra en esa pequeña parte de mi cuerpo. Gimo.

– ¿Te gusta? -me pregunta en voz baja pasándome los dientes por la oreja.

Y empieza a mover el pulgar lentamente, dentro, fuera, dentro, fuera… con los dedos todavía trazando círculos.

Cierro los ojos e intento controlar mi respiración, intento absorber las desordenadas y caóticas sensaciones que sus dedos desatan en mí mientras el fuego me recorre el cuerpo. Vuelvo a gemir.

– Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, Anastasia, me gusta, me gusta mucho -susurra.

Quiero mover las piernas, pero no puedo. Me tiene aprisionada y mantiene un ritmo constante, lento y tortuoso. Es absolutamente maravilloso. Gimo de nuevo y de pronto se mueve.

– Abre la boca -me pide.

Y me introduce en la boca el pulgar. Pestañeo frenéticamente.

– Mira cómo sabes -me susurra al oído-. Chúpame, nena.

Me presiona la lengua con el pulgar, cierro la boca alrededor de su dedo y chupo salvajemente. Siento el sabor salado de su pulgar y la acidez ligeramente metálica de la sangre. Madre mía. Esto no está bien, pero es terriblemente erótico.

– Quiero follarte la boca, Anastasia, y pronto lo haré -me dice con voz ronca, salvaje, y respiración entrecortada.

¡Follarme la boca! Gimo y le muerdo. Pega un grito ahogado y me tira del pelo con más fuerza, me hace daño, así que le suelto el dedo.

– Mi niña traviesa -susurra.

Alarga la mano hacia la mesita de noche y coge un paquetito plateado.

– Quieta, no te muevas -me ordena soltándome el pelo.

Rasga el paquetito plateado mientras yo jadeo y siento el calor recorriendo mis venas. La espera es excitante. Se inclina, su peso vuelve a caer sobre mí y me agarra del pelo para inmovilizarme la cabeza. No puedo moverme. Me tiene seductoramente atrapada y está listo para volver a penetrarme.

– Esta vez vamos a ir muy despacio, Anastasia -me dice.

Y me penetra despacio, muy despacio, hasta el fondo. Su miembro se extiende y me invade por dentro implacablemente. Gimo con fuerza. Esta vez lo siento más profundo, exquisito. Vuelvo a gemir, y a un ritmo muy lento traza círculos con las caderas y retrocede, se detiene un momento y vuelve a penetrarme. Repite el movimiento una y otra vez. Me vuelve loca. Sus provocadoras embestidas, deliberadamente lentas, y la intermitente sensación de plenitud son irresistibles.

– Se está tan bien dentro de ti -gime.

Y mis entrañas empiezan a temblar. Retrocede y espera.

– No, nena, todavía no -murmura.

Cuando dejo de temblar, comienza de nuevo el maravilloso proceso.

– Por favor -le suplico.

Creo que no voy a aguantar mucho más. Mi cuerpo tenso se desespera por liberarse.

– Te quiero dolorida, nena -murmura.

Y sigue con su dulce y pausado suplicio, adelante y atrás.

– Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.

Gimo.

– Christian, por favor -susurro.

– ¿Qué quieres, Anastasia? Dímelo.

Vuelvo a gemir. Se retira y vuelve a penetrarme lentamente, de nuevo trazando círculos con las caderas.

– Dímelo -murmura.

– A ti, por favor.

Aumenta el ritmo progresivamente y su respiración se vuelve irregular. Empiezo a temblar por dentro, y Christian acelera la acometida.

– Eres… tan… dulce -murmura al ritmo de sus embestidas-. Te… deseo… tanto…

Gimo.

– Eres… mía… Córrete para mí, nena -ruge.

Sus palabras son mi perdición, me lanzan por el precipicio. Siento que mi cuerpo se convulsiona y me corro gritando una balbuceante versión de su nombre contra el colchón. Christian embiste hasta el fondo dos veces más y se queda paralizado, se deja ir y se derrama dentro de mí. Se desploma sobre mi cuerpo, con la cara hundida en mi pelo.

– Joder, Ana -jadea.

Se retira inmediatamente y cae rodando en su lado de la cama. Subo las rodillas hasta el pecho, totalmente agotada, y al momento me sumerjo en un profundo sueño.

 

Cuando me despierto, todavía no ha amanecido. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido. Estiro las piernas debajo del edredón y me siento dolorida, exquisitamente dolorida. No veo a Christian por ningún sitio. Me siento en la cama y contemplo la ciudad frente a mí. Hay menos luces encendidas en los rascacielos y el amanecer se insinúa ya hacia el este. Oigo música, notas cadenciosas de piano. Un dulce y triste lamento. Bach, creo, pero no estoy segura.

Echo el edredón a un lado y me dirijo sin hacer ruido al pasillo que lleva al gran salón. Christian está sentado al piano, totalmente absorto en la melodía que está tocando. Su expresión es triste y desamparada, como la música. Toca maravillosamente bien. Me apoyo en la pared y lo escucho embelesada. Es un músico extraordinario. Está desnudo, con el cuerpo bañado en la cálida luz de una lámpara solitaria junto al piano. Como el resto del salón está oscuro, parece aislado en su pequeño foco de luz, intocable… solo en una burbuja.

Avanzo en silencio hacia él, atraída por la sublime y melancólica música. Estoy fascinada. Observo sus largos y hábiles dedos recorriendo y presionando suavemente las teclas, y pienso que esos mismos dedos han recorrido y acariciado con destreza mi cuerpo. Me ruborizo al pensarlo, sofoco un grito y aprieto los muslos. Christian levanta sus insondables ojos grises con expresión indescifrable.

– Perdona -susurro-. No quería molestarte.

Frunce ligeramente el ceño.

– Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón -murmura.

Deja de tocar y apoya las manos en las piernas.

De pronto me doy cuenta de que lleva puestos unos pantalones de pijama. Se pasa los dedos por el pelo y se levanta. Los pantalones le caen de esa manera tan sexy… Madre mía. Se me seca la boca cuando rodea tranquilamente el piano y se acerca a mí. Es ancho de hombros y estrecho de caderas, y al andar se le tensan los abdominales. Es impresionante…

– Deberías estar en la cama -me riñe.

– Un tema muy hermoso. ¿Bach?

– La transcripción es de Bach, pero originariamente es un concierto para oboe de Alessandro Marcello.

– Precioso, aunque muy triste, una melodía muy melancólica.

Esboza una media sonrisa.

– A la cama -me ordena-. Por la mañana estarás agotada.

– Me he despertado y no estabas.

– Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie -murmura.

No logro discernir cuál es su estado de ánimo. Parece algo decaído, pero es difícil asegurarlo en la oscuridad. Quizá se deba al tono del tema que estaba tocando. Me rodea con un brazo y me lleva cariñosamente a la habitación.

– ¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.

– A los seis años.

Christian a los seis años… Imagino a un precioso niño de pelo cobrizo y ojos grises, y se me cae la baba… Un niño de cabello alborotado al que le gusta la música increíblemente triste.

– ¿Cómo te sientes? -me pregunta ya de vuelta en la habitación.

Enciende una lamparita.

– Estoy bien.

Los dos miramos la cama al mismo tiempo. Las sábanas están manchadas de sangre, como una prueba de mi virginidad perdida. Me ruborizo, incómoda, y me echo el edredón por encima.

– Bueno, la señora Jones tendrá algo en lo que pensar -refunfuña Christian frente a mí.

Me coloca la mano debajo de la barbilla, me levanta la cara y me mira fijamente. Me observa con ojos intensos. Me doy cuenta de que es la primera vez que le veo el pecho desnudo. Alargo la mano de forma instintiva. Quiero pasarle los dedos por el oscuro pelo del pecho, pero de inmediato da un paso atrás.

– Métete en la cama -me dice bruscamente. Y luego suaviza un poco el tono-: Me acostaré contigo.

Retiro la mano y frunzo levemente el ceño. Creo que no le he tocado el torso ni una sola vez. Abre un cajón, saca una camiseta y se la pone rápidamente.

– A la cama -vuelve a ordenarme.

Salto a la cama intentando no pensar en la sangre. Se tumba también él y me rodea con los brazos por detrás, de manera que no le veo la cara. Me besa el pelo con suavidad e inhala profundamente.

– Duérmete, dulce Anastasia -murmura.

Cierro los ojos, pero no puedo evitar sentir cierta melancolía, no sé si por la música o por su conducta. Christian Grey tiene un lado triste.

 


La luz que inunda la habitación me arranca del profundo sueño. Me desperezo y abro los ojos. Es una bonita mañana de mayo, con Seattle a mis pies. Uau, qué vista. Christian Grey está profundamente dormido a mi lado. Uau, qué vista. Me sorprende que esté todavía en la cama. Como está de cara a mí, tengo la oportunidad de examinarlo bien por primera vez. Su hermoso rostro parece más joven, relajado. Sus labios, gruesos y perfilados, están ligeramente abiertos, y el pelo, limpio y brillante, alborotado. ¿Cómo puede ser alguien tan guapo y aun así ser legal? Recuerdo su cuarto del piso de arriba… Quizá no sea tan legal. Tengo mucho en que pensar. Siento la tentación de alargar la mano y tocarlo, pero está precioso dormido, como un niño pequeño. No tengo que preocuparme de lo que digo, de lo que dice él, de sus planes, especialmente de sus planes para mí.

Podría pasarme el día contemplándolo, pero tengo mis necesidades… fisiológicas. Salgo despacio de la cama, veo su camisa blanca en el suelo y me la pongo. Me dirijo a una puerta pensando que puede ser el cuarto de baño, pero lo que encuentro es un vestidor tan grande como mi habitación. Filas y filas de trajes caros, de camisas, zapatos y corbatas. ¿Para qué necesita tanta ropa? Chasqueo la lengua. La verdad es que el ropero de Kate seguramente no tiene nada que envidiar a este. ¡Kate! Oh, no. No me acordé de ella en toda la noche. Se suponía que tenía que mandarle un mensaje. Mierda. Va a enfadarse conmigo. Por un segundo me pregunto cómo le irá con Elliot.

Vuelvo al dormitorio, en el que Christian sigue dormido. Abro la otra puerta. Es el cuarto de baño, más grande que mi habitación. ¿Para qué necesita tanto espacio un hombre solo? Dos lavabos, observo con ironía. Si nunca duerme con nadie, uno de los dos no se habrá utilizado.

Me miro en el enorme espejo. ¿Parezco diferente? Me siento diferente. Para ser sincera, estoy un poco dolorida, y los músculos… es como si no hubiera hecho ejercicio en la vida. En la vida has hecho ejercicio, me dice mi subconsciente, que se ha despertado y me mira frunciendo los labios y dando golpecitos en el suelo con el pie. Acabas de acostarte con él. Has entregado tu virginidad a un hombre que no te ama, que tiene planes muy raros para ti, que quiere convertirte en una especie de pervertida esclava sexual.

¿ESTÁS LOCA?, me grita.

Sigo mirándome en el espejo y me estremezco. Tengo que asimilar todo esto. Sinceramente, me he encaprichado de un hombre guapísimo, que está forrado y que tiene un cuarto rojo del dolor esperándome. Me estremezco. Estoy desconcertada y confundida. Tengo el pelo hecho un desastre, como siempre. El pelo revuelto no me queda nada bien. Intento poner orden en ese caos con los dedos, pero no lo consigo y me rindo… Quizá tenga alguna goma en el bolso.

Me muero de hambre. Vuelvo a la habitación. El bello durmiente sigue dormido, así que lo dejo y voy a la cocina.

Oh, no… Kate. Dejé el bolso en el estudio de Christian. Voy a buscarlo y saco el móvil. Tres mensajes.

 

*Todo OK Ana*

 

*Donde estas Ana*

 

*Maldita sea Ana*

 

Llamo a Kate, pero no me contesta y le dejo un mensaje en el contestador diciéndole que estoy viva y que Barbazul no ha acabado conmigo, bueno, al menos no en el sentido que podría preocuparle… o quizá sí. Estoy muy confundida. Tengo que intentar aclararme y analizar mis sentimientos hacia Christian Grey. Es imposible. Muevo la cabeza dándome por vencida. Necesito estar sola, lejos de aquí, para pensar.

Encuentro en el bolso dos gomas para el pelo y rápidamente me hago dos trenzas. ¡Sí! Quizá cuanto más niña parezca, más a salvo estaré de Barbazul. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares. No hay nada como la música para cocinar. Me meto el iPod en el bolsillo de la camisa de Christian, subo el volumen y empiezo a bailar.

Dios, qué hambre tengo.

La cocina me intimida un poco. Es elegante y moderna, con armarios sin tiradores. Tardo unos segundos en llegar a la conclusión de que tengo que presionar en las puertas para que se abran. Quizá debería prepararle el desayuno a Christian. El otro día comió una tortilla… Bueno, ayer, en el Heathman. Hay que ver la de cosas que han pasado desde ayer. Abro el frigorífico, veo que hay muchos huevos y decido que quiero tortitas y beicon. Empiezo a hacer la masa bailando por la cocina.

Está bien tener algo que hacer, porque eso te concede algo de tiempo para pensar, pero sin profundizar demasiado. La música que resuena en mis oídos también me ayuda a alejar los pensamientos profundos. Vine a pasar la noche en la cama de Christian Grey y lo he conseguido, aunque no permita a nadie dormir en su cama. Sonrío. Misión cumplida. Genial. Sonrío. Genial, genial, y empiezo a divagar recordando la noche. Sus palabras, su cuerpo, su manera de hacer el amor… Cierro los ojos, mi cuerpo vibra al recordarlo y los músculos de mi vientre se contraen. Mi subconsciente me pone mala cara. Su manera de follar, no de hacer el amor, me grita como una arpía. No le hago caso, pero en el fondo sé que tiene razón. Muevo la cabeza para concentrarme en lo que estoy haciendo.

La cocina es de lo más sofisticado. Confío en que sabré cómo funciona. Necesito un sitio para dejar las tortitas y que no se enfríen. Empiezo con el beicon. Amy Studt me canta al oído una canción sobre gente inadaptada, una canción que siempre ha significado mucho para mí, porque soy una inadaptada. Nunca he encajado en ningún sitio, y ahora… tengo que considerar una proposición indecente del mísmisimo rey de los inadaptados. ¿Por qué es Christian así? ¿Por naturaleza o por educación? Nunca he conocido a nadie igual.

Meto el beicon en el grill y, mientras se hace, bato los huevos. Me vuelvo y veo a Christian sentado en un taburete, con los codos encima de la barra y la cara apoyada en las manos. Lleva la camiseta con la que ha dormido. El pelo revuelto le queda realmente bien, como la barba de dos días. Parece divertido y sorprendido a la vez. Me quedo paralizada y me pongo roja. Luego me calmo y me quito los auriculares. Me tiemblan las rodillas solo de verlo.

– Buenos días, señorita Steele. Está muy activa esta mañana -me dice en tono frío.

– He… He dormido bien -le digo tartamudeando.

Intenta disimular su sonrisa.

– No imagino por qué. -Se calla un instante y frunce el ceño-. También yo cuando volví a la cama.

– ¿Tienes hambre?

– Mucha -me contesta con una mirada intensa.

Creo que no se refiere a la comida.

– ¿Tortitas, beicon y huevos?

– Suena muy bien.

– No sé dónde están los manteles individuales.

Me encojo de hombros e intento desesperadamente no parecer nerviosa.

– Yo me ocupo. Tú cocina. ¿Quieres que ponga música para que puedas seguir bailando?

Me miro los dedos, perfectamente consciente de que me estoy ruborizando.

– No te cortes por mí. Es muy entretenido -me dice en tono burlón.

Arrugo los labios. Entretenido, ¿verdad? Mi subconsciente se parte de risa. Me giro y sigo batiendo los huevos, seguramente con más fuerza de la necesaria. Al momento está a mi lado y me tira de una trenza.

– Me encantan -susurra-. Pero no van a servirte de nada.

Mmm, Barbazul

– ¿Cómo quieres los huevos? -le pregunto bruscamente.

– Muy batidos -me contesta con una mueca irónica.

Sigo con lo que estaba haciendo intentando ocultar mi sonrisa. Es difícil no volverse loca por él, especialmente cuando está tan juguetón, lo cual no es nada frecuente. Abre un cajón, saca dos manteles individuales negros y los coloca en la barra. Echo el huevo batido en una sartén, saco el beicon del grill, le doy la vuelta y vuelvo a meterlo.

Cuando me vuelvo, hay zumo de naranja en la barra, y Christian está preparando café.

– ¿Quieres un té?

– Sí, por favor. Si tienes.

Cojo un par de platos y los dejo encima de la placa para mantenerlos calientes. Christian abre un armario y saca una caja de té Twinings English Breakfast. Frunzo los labios.

– El final estaba cantado, ¿no?

– ¿Tú crees? No tengo tan claro que hayamos llegado todavía al final, señorita Steele -murmura.

¿Qué quiere decir? ¿Habla de nuestra negociación? Bueno… quiero decir… de nuestra relación… o lo que sea. Sigue igual de críptico que siempre. Sirvo el desayuno en los platos calientes, que dejo encima de los manteles individuales. Abro el frigorífico y saco sirope de arce.

Miro a Christian, que está esperando a que me siente.

– Señorita Steele -me dice señalando un taburete.

– Señor Grey.

Asiento dándole las gracias. Al sentarme hago una ligera mueca de dolor.

– ¿Estás muy dolorida? -me pregunta mientras toma también asiento él.

Me ruborizo. ¿Por qué me hace preguntas tan personales?

– Bueno, a decir verdad, no tengo con qué compararlo -le contesto-. ¿Querías ofrecerme tu compasión? -le pregunto en tono demasiado dulce.

Creo que intenta reprimir una sonrisa, pero no estoy segura.

– No. Me preguntaba si debemos seguir con tu entrenamiento básico.

– Oh.

Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco. Oh… me encantaría. Sofoco un gemido.

– Come, Anastasia.

Se me ha vuelto a quitar el hambre… Más… más sexo… Sí, por favor.

– Por cierto, esto está buenísimo -me dice sonriendo.

Pincho un trocito de tortilla, pero apenas puedo tragar. ¡Entrenamiento básico! «Quiero follarte la boca». ¿Forma eso parte del entrenamiento básico?

– Deja de morderte el labio. Me desconcentras, y resulta que me he dado cuenta de que no llevas nada debajo de mi camisa, y eso me desconcentra todavía más.

Sumerjo la bolsa de té en la tetera que me ha traído Christian. La cabeza me da vueltas.

– ¿En qué tipo de entrenamiento básico estás pensando? -le pregunto.

Hablo en un volumen un poco alto, lo cual traiciona mi deseo de parecer natural, como si no me importara demasiado, y lo más tranquila posible, pese a que las hormonas están causando estragos por todo mi cuerpo.

– Bueno, como estás dolorida, he pensado que podríamos dedicarnos a las técnicas orales.

Me atraganto con el té y lo miro boquiabierta y con los ojos como platos. Me da un golpecito en la espalda y me acerca el zumo de naranja. No tengo ni idea de en qué está pensando.

– Si quieres quedarte, claro -añade.

Lo miro intentando recuperar la serenidad. Su expresión es impenetrable. Es muy frustrante.

– Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.

– ¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?

– A las nueve.

– Te llevaré al trabajo mañana a las nueve.

Frunzo el ceño. ¿Quiere que me quede otra noche?

– Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.

– Podemos comprarte algo.

No tengo dinero para comprar ropa. Levanta la mano, me agarra de la barbilla y tira para que mis dientes suelten el labio inferior. No era consciente de que me lo estaba mordiendo.

– ¿Qué pasa? -me pregunta.

– Tengo que volver a casa esta noche.

Me mira muy serio.

– De acuerdo, esta noche -acepta-. Ahora acábate el desayuno.

La cabeza y el estómago me dan vueltas. Se me ha quitado el hambre. Contemplo la mitad de mi desayuno, que sigue en el plato. No me apetece comer ahora.

– Come, Anastasia. Anoche no cenaste.

– No tengo hambre, de verdad -susurro.

Me mira muy serio.

– Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno.

– ¿Qué problema tienes con la comida? -le suelto de pronto.

Arruga la frente.

– Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come -me dice bruscamente, con expresión sombría, dolida.

Maldita sea. ¿De qué va todo esto? Cojo el tenedor y como despacio, intentando masticar. Si va a ser siempre tan raro con la comida, tendré que recordar no llenarme tanto el plato. Su semblante se dulcifica a medida que voy comiéndome el desayuno. Lo observo retirar su plato. Espera a que termine y retira el mío también.

– Tú has cocinado, así que yo recojo la mesa.

– Muy democrático.

– Sí -me dice frunciendo el ceño-. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe tomaremos un baño.

– Ah, vale.

Vaya… Preferiría una ducha. El sonido de mi teléfono me saca de la ensoñación. Es Kate.

– Hola.

Me alejo de él y me dirijo hacia las puertas de cristal del balcón.

– Ana, ¿por qué no me mandaste un mensaje anoche?

Está enfadada.

– Perdona. Me superaron los acontecimientos.

– ¿Estás bien?

– Sí, perfectamente.

– ¿Por fin?

Intenta sonsacarme información. Oigo su tono expectante y muevo la cabeza.

– Kate, no quiero comentarlo por teléfono.

Christian alza los ojos hacia mí.

– Sí… Estoy segura.

¿Cómo puede estar segura? Está tirándose un farol, pero no puedo hablar del tema. He firmado un maldito acuerdo.

– Kate, por favor.

– ¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?

– Te he dicho que estoy perfectamente.

– ¿Ha sido tierno?

– ¡Kate, por favor!

No puedo reprimir mi enfado.

– Ana, no me lo ocultes. Llevo casi cuatro años esperando este momento.

– Nos vemos esta noche.

Y cuelgo.

Va a ser difícil manejar este tema. Es muy obstinada y quiere que se lo cuente todo con detalles, pero no puedo contárselo porque he firmado un… ¿cómo se llama? Un acuerdo de confidencialidad. Va a darle un ataque, y con razón. Tengo que pensar en algo. Vuelvo la cabeza y observo a Christian moviéndose con soltura por la cocina.

– ¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? -le pregunto indecisa.

– ¿Por qué?

Se vuelva y me mira mientras guarda la caja del té. Me ruborizo.

– Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes… sobre sexo -le digo mirándome los dedos-. Y me gustaría comentarlas con Kate.

– Puedes comentarlas conmigo.

– Christian, con todo el respeto…

Me quedo sin voz. No puedo comentarlas contigo. Me darías tu visión del sexo, que es parcial, distorsionada y pervertida. Quiero una opinión imparcial.

– Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.

Levanta las cejas.

– ¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer, Anastasia. Créeme. Y además -añade en tono más duro-, tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.

– ¿Sabe algo tu familia de tus… preferencias?

– No. No son asunto suyo. -Se acerca a mí-. ¿Qué quieres saber? -me pregunta.

Me desliza los dedos suavemente por la mejilla hasta el mentón, que levanta para mirarme directamente a los ojos. Me estremezco por dentro. No puedo mentir a este hombre.

– De momento nada en concreto -susurro.

– Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.

La curiosidad le arde en los ojos. Está impaciente por saberlo. Uau.

– Bien -murmuro.

Esboza una ligera sonrisa.

– Yo también -me dice en voz baja-. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado nada mal. Aunque quizá es porque ha sido contigo.

Desliza el pulgar por mi labio inferior.

Respiro hondo. ¿Un polvo vainilla?

– Ven, vamos a bañarnos.

Se inclina y me besa. El corazón me da un brinco y el deseo me recorre el cuerpo y se concentra… en mi parte más profunda.

 

La bañera es blanca, profunda y ovalada, muy de diseño. Christian se inclina y abre el grifo de la pared embaldosada. Vierte en el agua un aceite de baño que parece carísimo. A medida que se llena la bañera va formándose espuma, y un dulce y seductor aroma a jazmín invade el baño. Christian me mira con ojos impenetrables, se quita la camiseta y la tira al suelo.

– Señorita Steele -me dice tendiéndome la mano.

Estoy al lado de la puerta, con los ojos muy abiertos y recelosa, con las manos alrededor del cuerpo. Me acerco admirando furtivamente su cuerpo. Le cojo de la mano y me sujeta mientras me meto en la bañera, todavía con su camisa puesta. Hago lo que me dice. Voy a tener que acostumbrarme si acabo aceptando su escandalosa oferta… Solo si… El agua caliente es tentadora.

– Gírate y mírame -me ordena en voz baja.

Hago lo que me pide. Me observa con atención.

– Sé que ese labio está delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? -me dice apretando los dientes-. Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás dolorida, ¿no?

Dejo de morderme el labio porque me quedo boquiabierta, impactada.

– Eso es -me dice-. ¿Lo has entendido?

Me mira. Asiento frenéticamente. No tenía ni idea de que yo pudiera afectarle tanto.

– Bien.

Se acerca, saca el iPod del bolsillo de la camisa y lo deja junto al lavabo.

– Agua e iPods… no es una combinación muy inteligente -murmura.

Se inclina, agarra la camisa blanca por debajo, me la quita y la tira al suelo.

Se retira para contemplarme. Dios mío, estoy completamente desnuda. Me pongo roja y bajo la mirada hacia las manos, que están a la altura de la barriga. Deseo desesperadamente desaparecer dentro del agua caliente y la espuma, pero sé que no va a querer que lo haga.

– Oye -me llama.

Lo miro. Tiene la cara inclinada hacia un lado.

– Anastasia, eres muy guapa, toda tú. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer poder contemplarte.

Me sujeta la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire. Sus ojos son dulces y cálidos, incluso ardientes. Está muy cerca de mí. Podría alargar el brazo y tocarlo.

– Ya puedes sentarte -me dice interrumpiendo mis erráticos pensamientos.

Me agacho y me meto en el agradable agua caliente. Oh… me escuece, y no me lo esperaba, pero huele de maravilla. El escozor inicial no tarda en disminuir. Me tumbo boca arriba, cierro los ojos un instante y me relajo en la tranquilizadora calidez. Cuando los abro, está mirándome fijamente.

– ¿Por qué no te bañas conmigo? -me atrevo a preguntarle, aunque con voz ronca.

– Sí, muévete hacia delante -me ordena.

Se quita los pantalones de pijama y se mete en la bañera detrás de mí. El agua sube de nivel cuando se sienta y tira de mí para que me apoye en su pecho. Coloca sus largas piernas encima de las mías, con las rodillas flexionadas y los tobillos a la misma altura que los míos, y me abre las piernas con los pies. Me quedo boquiabierta. Mete la nariz entre mi pelo e inhala profundamente.

– Qué bien hueles, Anastasia.

Un temblor me recorre todo el cuerpo. Estoy desnuda en una bañera con Christian Grey. Y él también está desnudo. Si alguien me lo hubiera dicho ayer, cuando me desperté en la suite del hotel, no le habría creído.

Coge una botella de gel del estante junto a la bañera y se echa un chorrito en la mano. Se frota las manos para hacer una ligera capa de espuma, me las coloca alrededor del cuello y empieza a extenderme el jabón por la nuca y los hombros, masajeándolos con fuerza con sus largos y fuertes dedos. Gimo. Me encanta sentir sus manos.

– ¿Te gusta?

Casi puedo oír su sonrisa.

– Mmm.

Desciende hasta mis brazos, luego por debajo hasta las axilas, frotándome suavemente. Me alegro mucho de que Kate insistiera en que me depilara. Desliza las manos por mis pechos, y respiro hondo cuando sus dedos los rodean y empiezan a masajearlos suavemente, sin agarrarlos. Arqueo el cuerpo instintivamente y aprieto los pechos contra sus manos. Tengo los pezones sensibles, muy sensibles, sin duda por el poco delicado trato que recibieron anoche. No se entretiene demasiado en ellos. Desliza las manos hasta mi vientre. Se me acelera la respiración y el corazón me late a toda prisa. Siento su erección contra mi trasero. Me excita que lo que le haga sentirse así sea mi cuerpo. Claro… no tu cabeza, se burla mi subconsciente. Aparto el inoportuno pensamiento.

Se detiene y coge una toallita mientras yo jadeo pegada a él, muerta de deseo. Apoyo las manos en sus muslos, firmes y musculosos. Echa más gel en la toallita, se inclina y me frota entre las piernas. Contengo la respiración. Sus dedos me estimulan hábilmente desde dentro de la tela, una maravilla, y mis caderas empiezan a moverse a su ritmo, presionando contra su mano. A medida que las sensaciones se apoderan de mí, inclino la cabeza hacia atrás con los ojos casi en blanco y la boca entreabierta. Gimo. Dentro de mí aumenta la presión, lenta e inexorablemente… Madre mía.

– Siéntelo, nena -me susurra Christian al oído, y me roza suavemente el lóbulo con los dientes-. Siéntelo para mí.

Sus piernas inmovilizan las mías contra las paredes de la bañera, las aprisionan, lo que le da libre acceso a la parte más íntima de mí.

– Oh… por favor -susurro.

El cuerpo se me queda rígido e intento estirar las piernas. Soy una esclava sexual de este hombre, que no me deja mover.

– Creo que ya estás lo suficientemente limpia -murmura.

Y se detiene.

¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Mi respiración es irregular.

– ¿Por qué te paras? -le pregunto jadeando.

– Porque tengo otros planes para ti, Anastasia.

¿Qué…? Vaya… pero… estaba… No es justo.

– Date la vuelta. Yo también tengo que lavarme -murmura.

¡Oh! Me doy la vuelta y me quedo pasmada al ver que se agarra con fuerza el miembro erecto. Abro la boca.

– Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita. Le tengo mucho cariño.

Es enorme, cada vez más. El miembro erecto queda por encima del agua, que le llega a las caderas. Levanto los ojos un segundo y observo su sonrisa perversa. Le divierte mi expresión atónita. Me doy cuenta de que estoy mirando fijamente su miembro. Trago saliva. ¡Todo eso ha estado dentro de mí! Parece imposible. Quiere que lo toque. Mmm… de acuerdo, adelante.

Le sonrío, cojo el gel y me echo un chorrito en la mano. Hago lo mismo que él: me froto el jabón en las manos hasta que se forma espuma. No aparto los ojos de los suyos. Entreabro los labios para que me resulte más fácil respirar… y deliberadamente me muerdo el labio inferior y luego paso la lengua por encima, por la zona que acabo de morderme. Me mira con ojos serios, impenetrables, que se abren mientras deslizo la lengua por el labio. Me inclino y le rodeo el miembro con una mano, imitando la manera en que se lo agarra él mismo. Cierra un momento los ojos. Uau… es mucho más duro de lo que pensaba. Aprieto y él coloca su mano sobre la mía.

– Así -susurra.

Y mueve la mano arriba y abajo sujetándome con fuerza los dedos, que a su vez aprietan con fuerza su miembro. Cierra de nuevo los ojos y contiene la respiración. Cuando vuelve a abrirlos, su mirada es de un gris abrasador.

– Muy bien, nena.

Me suelta la mano, deja que siga yo sola y cierra los ojos mientras la muevo arriba y abajo. Flexiona ligeramente las caderas hacia mi mano, y de forma refleja lo aprieto con más fuerza. Desde lo más profundo de la garganta se le escapa un ronco gemido. Fóllame la boca… Mmm. Lo recuerdo metiéndome el pulgar en la boca y pidiéndome que se lo chupara con fuerza. Abre la boca a medida que su respiración se acelera. Tiene los ojos cerrados. Me inclino, coloco los labios alrededor de su miembro y chupo de forma vacilante, deslizando la lengua por la punta.

– Uau… Ana.

Abre mucho los ojos y sigo chupando.

Mmm… Es duro y blando a la vez, como acero recubierto de terciopelo, y sorprendentemente sabroso, salado y suave.

– Dios -gime.

Y vuelve a cerrar los ojos.

Introduzco la boca hasta el fondo y vuelve a gemir. ¡Ja! La diosa que llevo dentro está encantada. Puedo hacerlo. Puedo follármelo con la boca. Vuelvo a girar la lengua alrededor de la punta, y él se arquea y levanta las caderas. Ha abierto los ojos, que despiden fuego. Vuelve a arquearse apretando los dientes. Me apoyo en sus muslos y clavo la boca hasta el fondo. Siento en las manos que sus piernas se tensan. Me coge de las trenzas y empieza a moverse.

– Oh… nena… es fantástico -murmura.

Chupo más fuerte y paso la lengua por la punta de su impresionante erección. Se la presiono con la boca cubriéndome los dientes con los labios. Él espira con la boca entreabierta y gime.

– Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? -susurra.

Mmm Empujo con fuerza y

– Êîíåö ðàáîòû –

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E. L. James Cincuenta Sombras De Grey

Íà ñàéòå allrefs.net ÷èòàéòå: Os. E L James...

Åñëè Âàì íóæíî äîïîëíèòåëüíûé ìàòåðèàë íà ýòó òåìó, èëè Âû íå íàøëè òî, ÷òî èñêàëè, ðåêîìåíäóåì âîñïîëüçîâàòüñÿ ïîèñêîì ïî íàøåé áàçå ðàáîò: LÍMITES INFRANQUEABLES

×òî áóäåì äåëàòü ñ ïîëó÷åííûì ìàòåðèàëîì:

Åñëè ýòîò ìàòåðèàë îêàçàëñÿ ïîëåçíûì ëÿ Âàñ, Âû ìîæåòå ñîõðàíèòü åãî íà ñâîþ ñòðàíè÷êó â ñîöèàëüíûõ ñåòÿõ:

Âñå òåìû äàííîãî ðàçäåëà:

Agradecimientos
Quiero agradecer a las siguientes personas su ayuda y su apoyo: A mi marido, Niall, gracias por aguantar mi obsesión, por ser un dios doméstico y por hacer la primera revisi&

El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
  Madre mía. – ¿Límites infranqueables? -le pregunto. – Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos q

TÉRMINOS FUNDAMENTALES
2. El propósito fundamental de este contrato es permitir que la Sumisa explore su sensualidad y sus límites de forma segura, con el debido respeto y miramiento por sus necesidades, su

FUNCIONES
7. El Amo será responsable del bienestar y del entrenamiento, la orientación y la disciplina de la Sumisa. Decidirá el tipo de entrenamiento, la orientación y la discipl

INICIO Y VIGENCIA
10. El Amo y la Sumisa firman este contrato en la fecha de inicio, conscientes de su naturaleza y comprometiéndose a acatar sus condiciones sin excepción. 11. Este contrato s

DISPONIBILIDAD
12. La Sumisa estará disponible para el Amo desde el viernes por la noche hasta el domingo por la tarde, todas las semanas durante la vigencia del contrato, a horas a especificar por el Amo

PRESTACIÓN DE SERVICIOS
15. Las dos partes han discutido y acordado las siguientes prestaciones de servicios, y ambas deberán cumplirlas durante la vigencia del contrato. Ambas partes aceptan que pueden surgir cues

PALABRAS DE SEGURIDAD
18. El Amo y la Sumisa admiten que el Amo puede solicitar a la Sumisa acciones que no puedan llevarse a cabo sin incurrir en daños físicos, mentales, emocionales, espirituales o de ot

APÉNDICE 2
Límites infranqueables Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con i

APÉNDICE 3
Límites tolerables A discutir y acordar por ambas partes:   ¿Acepta la Sumisa lo siguiente?   • Masturbación • P

APÉNDICE 3
Límites tolerables A discutir y acordar por ambas partes:   ¿Acepta la Sumisa lo siguiente?   • Masturbación • P

El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
  – ¿Así que lo de la obediencia sigue en pie? – Oh, sí. Sonríe. Muevo la cabeza divertida y, sin darme cuenta, pongo los ojos e

E. L. James
E. L. James ha desempeñado varios cargos ejecu

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